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Ángel M. González

Viento de Nordeste

Gijón y el Antropoceno

La ordenanza de movilidad sostenible que el gobierno PSOE-IU ha logrado sacar adelante con el respaldo de Ciudadanos y Podemos es el preludio normativo de la ‘revolución verde’ en las calles de Gijón. Hasta ahora han sido ensayos lo que el Ayuntamiento ‘green’ llevó a cabo con la desaparición súbita de la avenida de El Molinón, el corte antipandémico del Muro o los carriles bici decorativos de La Costa, Manuel Llaneza y Pablo Iglesias. Pero una vez que salga publicada la nueva regulación en el boletín oficial, que es cuestión de días, la administración municipal dispondrá del instrumento perfecto para cambiar los hábitos de los gijoneses sobre el tránsito por la ciudad con el buen fin de eliminar humos y ruidos en favor de la salud y el bienestar. Sobre el objetivo, nada que objetar.
La ordenanza ‘anticoches’ podría haber sido de salida mucho más restrictiva, pero las medidas que recoge para limitar su uso reduciendo la velocidad, constriñendo aparcamientos, discriminando por pegatinas de colores y creando zonas de bajas emisiones son suficientemente desincentivadoras si, además, detrás va la policía local. El coche pasa a último plano por una ‘movilidad activa’, en terminología tecnócrata, consistente en andar o dar pedal, y un mayor uso del autobús, que gozará de prioridad sobre el vehículo particular. Está por ver el grado de afección sobre otro servicio público, como el taxi, que ya ha dejado patente su insatisfacción. Habrá más quejas seguro conforme avance su aplicación.
En definitiva, ¡arriba el peatón, abajo el automóvil! en un nuevo Gijón Central que, poco a poco, se va pergeñando, como ya recogen algunos dibujos que maneja el comisionado medioambientalista de la Casa Consistorial. La idea, por expresarla de forma resumida, consiste en disminuir la prevalencia del coche en toda la urbe contenida entre el eje Manuel Llaneza-Pablo Iglesias hasta el paseo de Fomento, Cimavilla y el Muro eliminando al máximo la circulación transversal. Dejar dos o tres arterias básicas para el tránsito de este a oeste y viceversa, además lógicamente de la propia Ronda, a 50 kilómetros por hora y establecer corredores verdes, con abundante vegetación y grandes aceras, desde los barrios hacia el centro a cuenta de los fondos de la Unión Europea. El cambio de aquí a dos años, vislumbro, empezará a ser radical.
La reforma del Muro, parte fundamental de la transformación, llevará más tiempo por el debate que genera y por su tramitación. Podemos tener ‘cascayu’ para largo. Bajo el convencimiento municipal de que Rufo Rendueles ya no es avenida esencial para el tráfico rodado, no tiene sentido defender como opción el soterramiento, una solución costosísima e innecesaria. Por lo tanto, la discusión se centra en mantener uno o dos carriles, con o sin aparcamientos, cuya viabilidad dependerá de lo que pueda soportar el barrio de La Arena.
Ahora bien, si esa ‘revolución verde’ en El Muro quiere ser completa, la propuesta de la Demarcación de Costas sobre el retranqueo para prevenir las consecuencias del cambio climático debería ser, al menos, valorada. San Lorenzo, como todo el litoral gijonés, es víctima del Antropoceno. Sobre el paseo recae la amenaza del desastre medioambiental producto de la intervención humana. Una fragilidad que solo se puede resolver si se reacciona a tiempo antes de lamentar la tardanza.
Ya en 2009 un grupo de expertos reunidos por el Principado advertían en un completísimo informe acerca las evidencias y los efectos del cambio climático en Asturias, constatando que en los últimos veinte años había subido la temperatura del agua de forma sostenida y el nivel del mar iba en aumento. El riesgo va creciendo en tanto que la alteración se está acelerando. Una década después, una proyección de Climate Central sobre los efectos del calentamiento global en 2050 pintaba de rojo media ciudad por el acecho de las mareas. El reciente estudio del Ministerio de Transición Ecológica sitúa a Gijón entre las zonas costeras más expuestas de España, con daños que pueden alcanzar los diez millones de euros al año por falta de protección.
Si cada vez existen más evidencias y si realmente el fenómeno coge velocidad, quizás sea el momento de ir incluyendo en la planificación actuaciones encaminadas a blindarnos del Cantábrico, protegernos de los temporales y evitar que acabe desapareciendo la playa.

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Sobre el autor

Periodista del diario EL COMERCIO desde 1990. Fui redactor de Economía, jefe de área de Actualidad, subdirector y jefe de Información durante doce años y desde febrero de 2016, director adjunto del periódico.


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