Después de dieciocho meses de pandemia, una vez levantadas las restricciones administrativas que mantenían a la sociedad encorsetada, celebramos la vuelta a una vida casi normal aún pendientes de arreglar muchos de los desajustes producidos por la embestida coronavírica. Unos desajustes que se dan en todos los órdenes, más o menos visibles, cuyo arreglo no debería implicar el retorno a inercias adquiridas en aquel tiempo suspendido, por mucha nostalgia que ahora sintamos, ya que en determinados casos lo que teníamos no era lo mejor que se podía ofrecer ni siquiera lo que buenamente precisábamos.
Pasa con la sanidad, uno de los ámbitos donde el regreso no puede ser a lo de antes, en tanto que lo que había requería una reinvención para atender una demanda creciente que ya entonces era incapaz de absorber con la debida satisfacción. Superada la prueba de resistencia que supuso la batalla contra la covid, los servicios sanitarios se enfrentan a otra prueba más de estrés: retomar la actividad ordinaria al cien por cien sin abandonar el control sobre el patógeno y paliando, además, los efectos que ha dejado en el sistema la guerra mantenida durante este año y medio devastador. Uno de ellos, el más preocupante sin duda, es el crecimiento de las listas de espera y el aumento disparatado de las demoras para una consulta con el especialista o para una operación. Ahora bien, no resulta admisible que se generen más problemas allí donde ya teníamos suficientes.
Esta semana un buen número de usuarios, comandados por la federación vecinal, reclamó mediante una sonora protesta ante la sede de la gerencia sanitaria local la recuperación de la presencialidad en la atención y la reapertura de los centros de salud cerrados por las tardes. Los pacientes dicen haber perdido la paciencia hasta llegar a expresar con una ocupación lo que el propio Adrián Barbón, en un arranque de excitación presidencial, tildó de situación «inaceptable». Reconocido el problema por quien tiene la responsabilidad máxima en resolverlo, resta trabajar en su solución de la forma más racional posible, sin dejarse llevar por apasionamientos.
Las dificultades de acceso a la atención primaria puestas de manifiesto a lo largo de todos estos meses no se pueden prolongar más. Hace unos días, la administración activó la cita por internet en los centros de salud dentro del proceso de desescalada en la sanidad asturiana, pero la vía telefónica para contactar con los servicios sigue siendo desesperante. El funcionamiento de las centralitas en determinados centros es de juzgado de guardia cuando se trata de la herramienta de comunicación mayoritariamente empleada por los usuarios para reservar consulta con el facultativo. A ello se añade la creciente atención telefónica que favorece la agilidad de los procesos, pero provoca una saturación de las líneas en unos dispositivos que carecen de las infraestructuras necesarias para afrontar un nuevo modelo de asistencia basado en combinar el contacto telemático y el presencial.
La exigencia de la presencialidad debería servir para acelerar la transformación de la atención primaria en Asturias, sin que ello se convierta en un pulso entre usuarios, administración y profesionales. Flaco favor hace quién desde la autoridad, además, lo espolea.
Los gestores sanitarios han diseñado un plan de desburocratización en los centros de salud, en colaboración con las sociedades científicas, cuyo desarrollo efectivo, tal como se ha propuesto, contribuirá a descargar las tareas relacionadas con el papeleo de los médicos. Estamos hablando de la recogida de solicitudes de informes de salud, bajas, justificantes, resultados de pruebas hospitalarias, citas de revisiones con especialistas o peticiones de transportes sanitarios programados. Todos estos trámites llegan a ocupar casi el 30% del trabajo diario de los profesionales. Por lo tanto, es evidente que su eliminación dejará un hueco importante en la agenda médica para la labor asistencial y aliviará la presión que existe ahora sobre los centros. Urge, por lo tanto, la aplicación de estas medidas en toda su extensión para impedir que se hable de fracaso. De la misma manera que no se puede recuperar la atención continuada en los siete puntos que cerraron por las tardes, tal como exigen los vecinos que protestaron hace unos días, sin solucionar el ‘síndrome del centro vacío’, sobre el que no se puede banalizar. Es decir, que cuando se acuda por una urgencia haya alguien que te atienda, sin esperar a que el facultativo correspondiente regrese de una asistencia a domicilio. El consejero de Salud prometió la reapertura «cuando las circunstancias lo permitan». Seguimos entonces condicionados por ellas.