¿Cómo será el tiempo nuevo en el que entramos, la época que estrenamos y por la que empezamos a andar con paso firme? Es una pregunta que nos podemos hacer quienes no tenemos capacidad suficiente para imaginar lo que nos depara después de la mención expresa a ello de la primera mandataria local en el debate sobre el estado del municipio. Un debate a partir del cual se tendría que abrir esa etapa para la que la alcaldesa de la ciudad ha llamado al consenso con el fin de afrontar la transformación de la ciudad y «retejer el tapiz de la vida que es Gijón». Desde luego, hay mucho que retejer y poco margen temporal para hacerlo.
Desde el punto de vista de la praxis política, el periodo en la que se entra tiene más que ver, sobre todo, con la reválida a la que se enfrenta el gobierno de coalición PSOE-IU y las formaciones que integran el bloque de oposición en la recta final del mandato.
Hay poco más de un año para recuperar la confianza de aquellos ciudadanos que la han perdido, ganarse a quienes de mano desconfiaban o, por el contrario, dejar la credibilidad por el camino. Los partidos se la juegan en cada paso que dan en el escaso periodo que tienen por delante hasta competir en las urnas.
El ingenio y el malabarismo sirven para entretener, hasta pueden llegar a generar una gran satisfacción para quienes los practican, pero también son indicadores de debilidad en la actuación política, de falta de planificación, de escasa seriedad o, incluso hasta algo peor, de arbitrariedad en la acción. Mantener ese guión conduce sin remedio al desgaste, bien para el gobernante o bien para el opositor.
De la intervención de la primera edil municipal en la sosaina sesión plenaria del miércoles llama la atención la siguiente reflexión: «No se pueden hacer las cosas a la ligera, ni se debe cambiar por cambiar sin plantearse antes la pertinencia del cambio y sin buscar el modo de que éste se consume de manera satisfactoria. Mejor caminar despacio y llegar a buen destino», continuaba la alcaldesa en su discurso, «que apresurarse demasiado para terminar desembocando en tierra de nadie». En la primera parte, digamos, se podría observar cierta autocrítica. En la segunda, cabe hablar de resignación.
Diálogo, gestión y firmeza. Son las tres premisas que el gobierno municipal debe ejercitar durante lo que resta de mandato para impulsar la transformación de Gijón y recuperar el peso y la vitalidad que tenía sobre el conjunto de Asturias. Dialógo para llegar a acuerdos, gestión para poder avanzar y firmeza para reclamar al resto de administraciones mayor compromiso con la ciudad.
La primera prueba que tiene a la vuelta de la esquina son los presupuestos del próximo año. Unos presupuestos que determinarán la capacidad de empuje económico y social después del destrozo dejado por la pandemia. El desbloqueo del plan de vías, la remodelación del Muro y una reforma de los servicios sociales ante el vertiginoso aumento de la pobreza y de la desigualdad son los asuntos de mayor urgencia en la agenda consistorial. En ellos no cabe ya ninguna dilación más por parte de quienes tienen la responsabilidad de ejecutarlos, ni tampoco obstaculización alguna que vaya en perjuicio del interés general.
El llamamiento al consenso no puede caer en saco roto. En el caso del plan de vías, es reseñable el cambio de actitud de los populares en favor del pacto, mientras otras fuerzas han optado por llevar el tema a otro escenario en el cortejo por el asturiano. Sobre la remodelación del paseo del Muro será difícil un acuerdo mientras los partidos mantengan el enroque sobre la intervención: un solo carril para los coches o dos. Las posturas son tan distantes que la reforma que se decida solo será del agrado de una pequeña mayoría, salvo que se produzca una sorpresa mayúscula en la presunta negociación que el concejal de Medio Ambiente y Movilidad anunció que abrirá el próximo mes. Aurelio Martín, por cierto, ha sido el único que en su oratoria en el pleno se atrevió a fijar un plazo para desarrollar el proyecto global de ciudad verde, sostenible y saludable que propugna la coalición gubernamental. Cinco años, dijo el edil, con la ayuda del maná que se espera recibir de Europa. El problema es que el reloj no para. El tiempo nuevo que se abre hoy, mañana será un día más viejo.