Entramos en una semana crítica en la batalla contra el patógeno al final de la cual sabremos si la fase de estabilización a la que aluden las autoridades sanitarias es real o, por el contrario, estamos ante un espejismo. Ojalá se confirme que hayamos tocado cumbre, porque la capacidad de resistencia del sistema en general está a punto de quebrarse si no se produce el alivio en la presión que está soportando. Lo que sí parece claro es que el confinamiento al que estamos sometidos todos los ciudadanos está dando resultado y que no hay distracción que valga en el combate a vida o muerte contra el coronavirus.
Sostiene Daniel Innerarity que tenemos que huir de la narrativa militar cuando hablamos de enfrentarse al puñetero contagio porque el discurso bélico da lugar a prerrogativas para el ejercicio autoritario del poder. Y no le falta razón, pero el escenario que estamos viviendo es de guerra, para bien o para mal, aunque haya que estar vigilantes para que no se produzcan tentativas como las que advierte el pensador.
Mantener la unidad, que no quiere decir que se tenga que ocultar la crítica, es el mejor arma de defensa para protegernos como sociedad, salvar la economía y preservar la salud. La catástrofe se está consumando. Cerca de doce mil muertos y casi un millón de empleos destruidos. Por lo tanto, la única manera factible de parar el cataclismo es alargando el estado de alarma como ayer anunció el presidente del Gobierno, pero con todas las consecuencias. Cualquier relajación en ese sentido puede suponer un peligroso retroceso. El encierro, el distanciamiento social y la autoprotección van camino de convertirse de forma irremediable en escudos cotidianos mientras persista la amenaza del virus. No existe otra alternativa que adoptar una japonización de los hábitos. Habrá rebrotes y posiblemente nuevos periodos de confinamiento, una medida que no será totalmente eficaz si no hacemos caso a lo que están recomendando con insistencia quienes saben bastante más que nosotros de ello. La asturiana María Neira, directora de Salud Pública de la OMS, lo volvió a dejar bien claro esta misma semana: hay que realizar test masivos entre la población para conocer el mapa real de la infección, detectar a los asintomáticos que reparten el virus sin saberlo y aislarlo totalmente.
En Asturias parece que la expansión se suaviza cuando no había llegado a niveles de otras comunidades autónomas. Aunque en un momento dado de la pandemia puedan alcanzarse las condiciones para recobrar cierta normalidad, hay que mantener firmeza en la contienda. No por grandonismo vayamos a echar las campanas al vuelo. Ahora bien, justo es reconocer que en la región el dispositivo sanitario ha funcionado con más eficacia que en otros lugares, especialmente por la contribución del primer eslabón de la asistencia. La labor inicial del 112, la reorganización de los centros de salud para afrontar la arremetida del virus y la ingente tarea, telefónica y presencial, de los equipos de atención primaria en el filtro de los casos han permitido ralentizar la sobrecarga en los hospitales. Pese a ello, los próximos días van a ser muy complicados.
El leve descenso en la curva de la propagación en la región abre la puerta a la esperanza y supone una ayuda psicológica para proseguir la lucha, pero en el campo de batalla se sigue corriendo el riesgo del colapso.
La ocupación de las UCI y de las camas hospitalarias continúa creciendo por el goteo de enfermos y el límite de medios técnicos, humanos y medicamentales está cada día que pasa más próximo. Por lo tanto, no podemos bajar la guardia un solo minuto. Hay que seguir reforzando las medidas para evitar, entre otras cosas, que se tengan que aplicar los códigos de ética utilitarista planteados ya en otras zonas de España.