Estrenamos en Gijón un año decisivo para los objetivos de los partidos que representan la voluntad ciudadana en el noble edificio de la plaza Mayor. Las seis formaciones que integran la corporación más fragmentada desde el primer plenario democrático afrontan un 2022 cargado de tareas. No solo se tendrán que centrar en la labor puramente municipal a partir de las posiciones que cada una de ellas ocupa en función de su responsabilidad, sino que serán sometidas a la presión de una etapa prelectoral que, si hacemos una previsualización a 2 de enero, domingo inaugural del calendario, amenaza con desembocar en una reconfiguración política distinta a la que hemos tenido en la última década. Veremos cómo las tensiones por ocupar espacios o sobrevivir se van trasladando al trabajo consistorial. El año en ese sentido promete ser entretenido, esperemos que para bien de los gijoneses en general, que son los que en mayo del veintitrés serán llamados a juzgar el estado de la cuestión en las urnas.
Aunque sea prematuro hablar de candidatos, solo hay un partido que ya tiene claro su aspirante porque así lo ha dejado plasmado públicamente la interesada para evitar cualquier suspicacia. La alcaldesa Ana González está dispuesta a repetir como cabeza de cartel del PSOE con la intención de revalidar el mandato por otros cuatro años para hacer frente a un ciclo que debería de ser de expansión tras la terrible pesadilla de la puñetera covid. En el resto de siglas no lo tienen tan cristalino. Incluso puede surgir alguna sorpresa. Ni siquiera el dilema está despejado en el caso del socio de coalición, pese a la visibilidad conseguida por la labor voraz dentro del equipo de gobierno. Aurelio Martín está más cerca de dejarlo que de continuar en la carrera. Por otra parte, entra dentro de la lógica que la primera edil socialista vaya al encuentro de una nueva oportunidad para desarrollar la acción municipal, trastocada por la devastadora pandemia desde que cogió el bastón de mando. Y que para ello, incluso, recomponga actuaciones ante determinados desnortes con el fin de poner coto al riesgo de erosión e ir ampliando la confianza en un escenario político revuelto. Una mayor conexión con la idiosincrasia gijonesa es puro pragmatismo, que no tiene por qué reñirse con la ideología. La historia del socialismo local y el éxito de sus antecesores lo avalan.
Yendo pues a lo práctico, Ana González, en su catálogo de propósitos, incluye un Gijón plagado de obras en el último semestre del año recién nacido. Las obras, además de expresión de ajetreo y distracción de jubilados, son para alcaldes y alcaldesas la mejor acreditación del trabajo municipal. ‘Obras son amores y no buenas razones’, dice el refrán popular adoptando el título de la comedia lopeveguiana. La regidora gijonesa necesita más frutos que la avenida verde de El Molinón en su portfolio de realizaciones. No se trata solo de deshacer. Se trata sobre todo de hacer, cuando el empeño hasta hoy ha ido más por el otro lado.
La representante socialista y sin duda candidata quiere llegar a diciembre con las casas de los barrios degradados andamiados, las máquinas trabajando en la Pecuaria, el colegio y el consultorio de Nuevo Roces en cimientos, el edificio de Cristasa en rehabilitación como albergue de peregrinos y la reforma del Hospital de Cabueñes en ejecución. Eso en la parte pública tanto de competencia municipal como autonómica, porque en la privada, una vez que se ponga en práctica los acuerdos con la patronal de la construcción y con el colegio de arquitectos para agilizar la tramitación de las licencias, el despliegue de la actividad promete ser relevante. El PP planteó extender el sistema para desburocratizar el negociado urbanístico a pequeñas empresas, autónomos y particulares. Con considerar la propuesta se ayudaría a dinamizar la economía local en toda su amplitud.
En la lista de realizaciones no estarán ni la remodelación del paseo de Fomento-Poniente ni la del Muro. La primera por descarte oficial. El gobierno local lo ha dejado ya para el siguiente mandato consistorial. La segunda, porque será difícil apurar los plazos desde que se acuerda el proyecto hasta su emprendimiento. El proceso va a requerir consenso, tiempo y dinero para pasar del ridículo ‘cascayu’ a recuperar la personalidad como gran bulevar del siglo XXI. No existe obra en esta ciudad que mayor pasión desate porque el paseo del Muro va con el carácter gijonés. Hay quien en la Corporación no acaba de entenderlo.