Frente a la opinión de quienes consideran que los debates sobre el estado del municipio, de la región o del país son esos días en que los políticos de uno y otro signo se tiran los trastos a la cabeza sin tomar decisión alguna y de escasa utilidad para la ciudadanía, sí creo que ayudan a tomar el pulso a quienes nos representan para establecer un diagnóstico tanto sobre su tarea de gobierno como sobre su labor de oposición. En la sesión que hubo esta semana para radiografiar la situación municipal se pueden extraer numerosas conclusiones y aunque la más evidente es que nunca llueve a gusto de todos, me referiré a cuatro aspectos que marcaron la discusión y condicionan, a mi entender, la ejecutoria consistorial.
El estado asistencial. Puede que Gijón sea una de las ciudades medianas de este país con mayor red de asistencia social. El gasto en esta materia se ha multiplicado de manera considerable con la depresión para atender las necesidades vitales de familias enteras en situación precaria, de pobreza y exclusión. Los planes de empleo también han formado parte de ese conjunto de medidas, como las becas de comedor, las de libros, la teleasistencia, las ayudas al pago de la luz, las ayudas al alquiler de una vivienda, etcétera. Mantener esa red requiere ingentes recursos y una capacidad de administración a prueba de bomba. La alcaldesa, en el debate, expuso todas las cifras que demuestran la realidad de la que estamos hablando, pero también se aprecia la necesidad advertida por la oposición de mejorar la gestión de todo el entramado de acciones, ordenar lo que existe, adaptarlo a la demanda real por arriba o por abajo y agilizar el nivel de ejecución.
La parálisis municipal. Es de lo que más se quejan los grupos políticos, de izquierdas y de derechas, a la hora de enjuiciar al equipo de gobierno. En el paquete incluyen la falta de desarrollo de los programas sociales pero también un listado amplio de acuerdos adoptados en el pleno, de lo más variopinto, cuya desatención eleva el porcentaje de desagrado. Más que parálisis, tenemos un ayuntamiento encorsetado, con andar de tortuga en algunas materias, víctima de su propia debilidad, pero también de los filtros por los que tiene que pasar cualquier papel o decisión en todas las administraciones. Para lo bueno y para lo malo, los ayuntamientos están ahora más intervenidos que nunca. Quitando algún tema puntual, en la supuesta parálisis hay cierta corresponsabilidad.
El modelo de ciudad. Es un concepto difuso o poco aclarado. En la pluralidad municipal hay grupos que critican tal ausencia como una falta de rumbo. Antes podría estar definido por las grandes actuaciones. Ahora no existen proyectos estrella, pero sí proyectos estrellados. Véanse el plan de vías, la depuradora o la regasificadora, asuntos domésticos que se dilucidan fuera de casa. El gobierno local está más ocupado en gestionar lo que hay y dar utilidad al patrimonio que en desarrollar grandes emprendedurías. Además, la mayor parte del tiempo, tiene que atender imprevistos, nubes, manchas y toda clase de tormentas. Actúa a salto de mata. Ahora bien, en tramitación hay planes donde se establece, sin ninguna duda, un modelo, hoja de ruta o como queramos llamarlo. Uno de ellos, de suma importancia, el PGO.
El cambio de gobierno. La falta de entendimiento en la izquierda no ha sido superada. Los argumentos que impidieron el acuerdo en junio del año pasado entre las tres formaciones continúan vigentes. Por lo tanto, a priori, resulta difícil que sea atendida la llamada de Izquierda Unida para buscar puntos en común que permitan el desalojo de Foro. Pero como todo cabe en esta villa puede ocurrir que, al sentarse en la mesa para volver a discutir lo ya discutido, decidan que el ‘hombre bueno’ de la historia lidere la confluencia.