Varios todoterrenos bajan por el valle de San Pelayo, se detienen en Liegos y de uno de ellos sale el rey de España. La expectación generada en el pueblo aquel día al saber que Juan Carlos había ido a cazar un rebeco en ‘su’ territorio provocó que cuando regresaba, de vacío, estuvieran todos sus vecinos en la calle para verlo pasar por este bonito y apartado pueblo leonés situado entre el alto de Tarna y Riaño. Era el otoño de 1998. Viendo a toda la gente en la calle, el rey no quiso defraudar a este puñado de leoneses, así que decidió hacer una pequeña escala. Salió, sonrió, saludó y se ganó a los habitantes de Liegos para siempre. Uno de ellos le tendió una bota de vino y él replicó: “¿Qué pensáis que no sé beber de la bota?”. Así que echó un trago. Otros le ofrecieron embutido leonés que, según las crónicas, también probó. Cuando se aproximó al clásico viejín que ve pasar los días sentado a la puerta de su casa, éste le espetó: “No quería morirme sin saludar al rey de España”. Lo saludó. El rey de España fue hasta Liegos a estrechar su mano a la puerta de su casa. Un curioso sueño que, quién lo diría, cumplió sin moverse de su banco.

Es sábado, aparcas en Liegos para hacer el ‘camino real’ a pie. De Liegos a Lois por el maravilloso valle de San Pelayo. Dos horas de ascenso suave entre un paisaje de postal. Montaña, bosque, río, pradinos y ganado: vacas y caballos. En Lois hay dos bares, uno finolis, con un restaurante guapo pero oscuro, y otro campechano. Ya conoces el primero; toca el segundo: Bar Dueñas. Te ofrecen un plato combinado de lomo, patatas y huevo; ensalada; tarta casera y café. Compras al instante. Cuando pides una clara y un botellín de agua, replica el dueño: El agua del grifo está muy buena. Inaudito. Pides una jarra gratuita. La comida está de rechupete. En la terraza del bar, disfrutas con la muyer como un enano. A las cuatro de la tarde llega Cráneo en coche para buscar a los montañeros. Dos llamadas de teléfono para avisarle de que abortase la operación, pues quedan fuerzas para volver también andando, no recibieron respuesta. Así que se inicia una tertulia con Cráneo durante una hora llena de risas a los pies de una fuente. Luego él vuelve para Riaño en coche y los montañeros enfilan San Pelayo en sentido descendente. Otras dos horas.

Al llegar a Liegos nadie te espera. El pueblo está plácidamente perezoso a media tarde. Han pasado ya quince años de aquella visita del rey. En tu caso, estabas en Riaño cuando Juan Carlos entró a descansar al Hostal Presa y luego se fue en helicóptero para Madrid. Allí lo viste vestido de caqui. Dos veces fue a Riaño en 1998 para cazar aquel rebeco que acabó por eludir la real misión de obtener su trofeo. Hay quien cuenta que en la segunda ocasión, teniéndolo a tiro, no quiso matarlo. En una de aquellas dos visitas Juan Carlos cenó en el Presa con los alcaldes de la comarca de Riaño. No hubo etiqueta alguna. Hombres rudos con vaqueros y camisa de manga corta cenaron con el rey de España como quien echa un leño al fuego de su cocina. Los dueños del Hostal Presa se retrataron con él y colgaron la fotografía en la recepción con un marco de madera en el que mandaron tallar el relieve de la corona, para que ningún cliente se despistara de que estaba ante una fotografía real. Quizá quien más disfrutó de aquellas dos visitas a Riaño fue el hombre de Liegos que veía pasar sus últimos días a la puerta de casa. No quería morirse sin ver en persona al rey de España. Y lo vio.