La presentación de estrategias para el área metropolitana de Asturias, elaboradas por técnicos del Principado y de la Universidad, ha sido recibida por ciudadanía, sociedad civil, clase política y ayuntamientos implicados, con más escepticismo que ilusión, quizá porque conceptos tan abstractos no se comprendan fácilmente.
Lo primero que cabe plantearse es ¿qué es un área metropolitana? Tenemos que olvidar el concepto tradicional de ciudad, físico, finito, limitado, subsidiario de la vieja ciudad preindustral, más que compacta, amurallada. La ciudad se define desde hace décadas, en términos funcionales, de relación, de intensidad de intercambios entre núcleos urbanos o municipios. Era un concepto reservado a áreas urbanas con cientos de miles o millones de habitantes. Pero, desde 2001, los useños definen a las pequeñas –unas docenas de miles de habitantes- como áreas micropolitanas.
La siguiente pregunta es ¿y es el área central de Asturias un área metropolitana? La respuesta es: sí. Otros países nos llevan ventaja en esto de ahormarlas (y gestionarlas). Los criterios son muchos, pero casi todos coinciden en considerar que se da relación metropolitana cuando se supera un umbral de entre el 25% y el 40% de trabajadores residentes en un municipio trabajando en otro cercano. Pues bien, todos los concejos del área central superan el umbral más exigente. Oviedo y Gijón están por debajo, pero superan el 25%, pese a cierta tendencia insular de Gijón. Y la intensidad de la relación crece década a década. Más aún, el área central cumple con los requisitos establecidos por la UE para ser considerada Metropolitan Growth Area (MEGA). Por tanto, la ambición metropolitana no es algo que nos venga grande. Alguno dirá que en Asturias no hay ninguna ciudad dominante, como en Bilbao, Madrid o Barcelona. Pero son innumerables los ejemplos de sistemas urbanos sin ciudad dominante. Ejemplos: en España, la Bahía de Cádiz. O Pontevedra-Vigo. Como el Rühr en Alemania. O las Twin Cities –St. Louis-Minneapolis- en Estados Unidos. El área asturiana no es una rareza.
Tercero, hay que pensar en las consecuencias. El área central de Asturias implica gestionar un millón de desplazamientos diarios. Esos que provocan atascos en la “Y” o las entradas a Oviedo. O el uso de equipamientos de ámbito supramunicipal. El problema es que Asturias no lo hace bien. En nuestros desplazamientos, utilizamos el coche más que cualquiera de las metrópolis españolas. Y apenas disponemos de equipamientos de referencia metropolitana, especialmente públicos. Tendemos a duplicarlos e incluso a multiplicarlos. Palacios de Congresos, Feriales, Centros Culturales… El resultado es un espacio metropolitano ineficiente y caótico. El centro de Asturias parece un inmenso contenedor donde las distintas administraciones han ido autorizando la multiplicación de autopistas (tres entre Oviedo y Gijón para asombro de extraños) de superficies comerciales, de suelos industriales, de urbanizaciones residenciales, de equipamientos singulares, de industrias salubres e insalubres. Incluso de puertos y superpuertos. Pero sin orden lógico alguno, superponiéndose unos a otros, mezclándose incluso. Y sin disfrutar de equipamiento alguno que identifique a nuestro área metropolitana y, lo que es peor, con dificultades para competir con ellos con áreas urbanas de tamaño similar pero que han cumplido exitosamente sus deberes.
Por tanto, y como cuarto punto, es necesario poner orden en el caos. O, al menos intentarlo. Para ello es capital disponer de instrumentos y entidades de planeamiento y gestión. Algunos llevamos lustros reivindicándolos, incluyendo la figura del consorcio, que tan buenas experiencias ha proporcionado en Asturias. Es necesario evitar disparates como el “Calatrava” de Oviedo, tan alejado además del añejo ferial gijonés y su minipalacio de congresos. O la proliferación de campus universitarios en puntos alejados de las redes de transporte. O la eclosión de centros comerciales que a duras penas subsisten. O esa menguante red de cercanías. Despropósitos que nos llevan a pensar si no será demasiado tarde para ordenar el área central. Quizá hace quince años o veinte años, antes de la burbuja inmobiliaria y de tantas otras burbujas, hubiera sido el momento. Algunos lo intentamos, como otros antes que nosotros.
Ahora bien, apunta el refrán que nunca es tarde si la dicha es buena. Y la propuesta (¡por fin!) de un órgano de gestión metropolitano debe ser bien recibida. En mi opinión sus misiones deberían centrarse en dos planos. Uno, la coordinación del planeamiento urbanístico, ahormándolo a estrategias territoriales (por cierto, ya se elaboró un documento hace diez años, en algún cajón andará) y velando por su cumplimiento, pero también coordinando el planeamiento entre concejos limítrofes. Todos conocemos las dificultades para acceder a Parque Principado, en Siero, desde Oviedo, a través de un polígono industrial, o la desconexión entre Lugones y La Corredoria, comunicados sólo a través de la vieja N-630. Incluiría, por supuesto, la coordinación con el CTA. Otro, la gestión consorciada de equipamientos estratégicos públicos, evitando duplicidades y compartiendo riesgo y ventura. Quizá nos habríamos evitado fiascos como el ya citado del “Calatrava” y dispondríamos ahora de equipamientos capaces de competir con, sin ir más lejos, los de un Bilbao que, por población, anda a la par del área central.
Pero todo ello implica un cambio de visión: las ciudades asturianas deben olvidarse de competir entre sí –haciendo todas lo mismo- y convencerse de la necesidad de cooperar para aprovechar oportunidades que nos permitan competir en un mundo global, donde las ciudades son la referencia a la hora de invertir. Y, por desgracia, Oporto, Bilbao, Burdeos, Cardiff o Cork, por limitarnos al Arco Atlántico consiguen visualizarse a nivel europeo o incluso mundial. Nuestro área central, no.
Es objetivo que requiere de ambición y liderazgo político. Que no consiste en presentar el documento en un acto quizá con excesivo protagonismo gubernamental, sino en sumar previamente a la ciudadanía, a los grupos políticos, a la sociedad civil y, sobre todo, a los ayuntamientos, convenciendo de la bondad de coordinarse, concediéndoles, incluso, la paternidad de la idea (¿Quién está pensando en Bilbao?). Respetando sus competencias e integrándolas en estructuras de gobierno multinivel. Optimizando recursos públicos escasos soslayando el riesgo de un macroorganismo. Implica ideas claras sobre qué hacer, asumiendo que fenómenos como la suburbanización son universales, desde Yakarta a Varsovia, pasando por Estocolmo o Coruña. Evitando efectos como el “sprawl”, armonizando redes de transporte, suelos residenciales e industriales y equipamientos. Y aportando ambición para ir más allá de algo que sirva para captar financiación europea. Requiere, sobre todo, un proyecto que vislumbre la Asturias del 2050 en unas directrices regionales que actualicen las actuales ¡de 1991! recogiendo el área central y sus equipamientos estratégicos, pero también alternativas para nuestro moribundo medio rural y su relación con lo urbano, identificando las potencialidades de las micrópolis y comarcas astures.
Esperemos, por tanto, que este enésimo intento metropolitano tome el rumbo correcto y sea el definitivo.