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Adrián Ausín

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Ibiza desde el mar

Al final, de los tres iconos de Ibiza (la juerga, la blancura y el mar) te quedarás con el tercero. Cuestión de edad. Estuvo bien golifar la noche, tomarte un mojito entre drag queens, escuchar bakalao desde una roca. También has visto pueblos guapinos, como Santa Gertrudis; si bien San Antonio o Santa Eulalia dejan bastante que desear. Ibiza capital es bonito, pero no lo suficiente para justificar el viaje. Y desaprovecha lo que podría ser un precioso paseo marítimo con una Autoridad Portuaria que prohíbe el paso. Cuestiones de seguridad. Queda la mar. Y a la mar consagramos el último día, el domingo, pues Volotea sale tarde (a las nueve de la noche), lo que te permite apurar la jornada. Dedicimos empezar por darnos un baño en la playa que vemos desde la terraza del hotel: San Miguel. Y allí nos quedamos, pues el agua está muy limpia y puedes bucear a diestro y siniestro. Descubro un hedonista equilibrio en la boya final de la zona reservada a bañistas, pues al hacer ángulo tiene dos cuerdas. Coloco una pierna en cada cuerda y apoyo la cabeza en la propia boya, con lo que alcanzo una singular estabilidad acuática mecida por el suave oleaje que provocan las embarcaciones de recreo. A las tres de la tarde decidimos alquilar una zodiac. Una hora, 30 ñapos. El placer es absoluto. Sales a mar abierto, desfilas junto a los acantilados, te arrimas a la roca para contemplar el fondo marino en las orillas, circunvalas islotes, aceleras, giras. La sensación es maravillosa. Estar en Ibiza sin hacerte a la mar sería un pequeño pecado. Como visitar Gijón y no salir al Muro. En el mar está la gran belleza de Ibiza. Así que disfrutamos como enanos. Al devolver la zodiac, sin constatar ningún ataque de tiburón, se produce un clásico: pago el precio convenido y al hablar el dueño espeta eso de: ¿Eres asturiano? Para apostillar: Yo soy de Oviedo. Treinta años lleva en Ibiza este hombretón regordete espanzurrado en una silla, desde donde gobierna su confortable y muy pero que muy rentable negocio. Se dice amigo de los dueños del Marieva, comenta que en Ibiza hay trabajo (¿por qué no van los parados astures a Ibiza?, me pregunto) y culmina la cháchara con una recomendación del confortable restaurante con terraza que tiene a unos metros: Son amigos míos, tienen el mejor pescado de la isla, pídete un bullit de pexes. O sea, un caldero. Lo hago. Dos claras y un bullit (2 raciones). Está absolutamente delicioso. Primero te sacan los peixes variados con una rica salsa anaranjada y luego, ya fartuco, una lámina de arroz en una paellera hervido con el jugo de los peces. Un café con hielo. Y al cielo.

La última escala antes de dejar Ibiza serán sus salinas, que lindan con el aeropuerto, lo que facilita la visita. Las salinas propiamente dichas son muy bonitas. Luego está la playa de las salinas, recomendada por todo el mundo. Sin embargo, está requetemasificada, es estilo Norte, larguísima y de arena, sin paisaje. Umm. Me contarán en otro momento que, ohhh, en esta playa están los famosos, sólo que se colocan en zonas ‘cercadas’ con hamacas a 30 euros la unidad. Cuestión de disuadir. También habrá por esa misma zona un servicio de atención a yates y veleros. ‘Oye, mándame unas cigalas y dos botellas de champán’. Me imagino haciendo el pedido desde la zodiac alquilada unas horas antes y recibiendo con alharacas al camamero que se aproxima en una embarcación a la tuya. Otro dato estúpido atribuible a esta playa es un chiringuito, publicitado en un programa de televisión, donde el champán cuesta por ejemplo de 300 a 3.000 euros. Y ahí van los millonarios rusos a comprar botellas y botellas para luego hacer fiestas sobre la arena lanzándose el líquido elemento unos a otros y otras. Sin comentarios.

De repente, el tiempo se ha vuelto escaso. Nos arrimábamos a una playa más, vecina de la de Salinas, y nos damos cuenta de que son las 7.15, el avión despega a las 8.50 y falta echar gasolina, devolver el coche de alquiler, pasar los controles, etc, etc. Así que vamos para el areopuerto. Pero la gasolinera la dejas en un ramal paralelo sin acceso y te metes al aeropuerto sin pretenderlo. Hay que dar una vuelta de unos kilómetros. Quedas metido en un pequeño atasco en la calle de entrada a las terminales y el todoterreno de delante se pone a dar marcha atrás para aparcar sin tener en cuenta tu existencia ni marcar intermitentes. No te puedes mover porque tienes otro coche pegado al culo. Y le pitas para que no se empotre contra ti. Entonces asoma una larga cabeza por la ventanilla de un joven fornido y de talla desproporcinada para tus posibilidades de lucha. Y te dice en tono de niño pijo ibicenco marcando cada sílaba con engolamiento: E-res sub-nor-mal. Le miras fijamente y te lo aclara un poco más: E-res un po-co cor-to, ¿no? En ese momento serías feliz sacando el trabuco de Curro Jiménez (q.e.d.) por la ventanilla y haciéndole un perfecto agujero de postas en medio de su estúpida frente para poner fin a la conversación en apenas un segundo. La versión de macho ibérico pediría salir del coche y entrar en un fregao de aquí te espero, con intervención final de la policía incluida, declaración en comisaría y avión perdido. Tu mente lo procesa todo rápido y optas por la contención. Un conflicto a contrarreloj sería fatal. Así que guardas silencio y le miras aparentando indiferencia. Di lo que quieras gilipollas. No voy a hacer ni decir nada. No puedo. El ton-to de él entonces aparca en un gran hueco que tenía delante de sus narices, además del de detrás. Y yo sigo para la gasolinera, que está atascada, y para el rent a car, que lleva un rato de papeles, y para la furgonetilla y para la terminal de salidas y para el control y para, definitivamente, los asientos de la puerta 9 por donde despegará Volotea. Llegamos justo al embarque. Justo a tiempo de meter antes la nariz en un pasillo que se abre a un pub con unas confortables butacas de diseño, chill out a toda pastilla y vistas a los aviones desplegados por la pista.

Abandonamos Ibiza pasadas las nueve la noche. Dos horas después estaremos en la versión más asturiana de Ibiza, como por arte de encantamiento, viendo los compases finales del concierto de un señor mayor llamado Víctor Manuel, cantando ‘Asturias’ en un marco tan ibicenco como el Niemeyer. De las Islas Baleares a Avilés, que queda de camino a casa. Y de Avilés a Gijón para soñar con una zodiac, una drag queen, un bullit de pexes, un ibicenco que era un poco tonto, grandes manadas de peces de colores, música fiestera y un cantante que de vieyu es igual que Cayo Lara, el de IU, o viceversa, todo mezclado y agitado como un cóctel con sabor final a mojito.

 

Pd.-La secuencia de chill out y victormanuelismo me ilumina un nuevo estilo musical con gran futuro: la astur-chill. Sería algo así como música chill out de fondo combinada con esporádicos berridos autóctonos. Voy patentalu, ho!

Temas

Gijón y otras hierbas

Sobre el autor

Adrián Ausín (Gijón, 1967) es periodista. Trabaja en el diario EL COMERCIO desde 1995. Antes, se inició en la profesión en Bilbao, Sevilla y Granada. En 2019 escribió para el Ateneo Jovellanos el catálogo 'Gijón Escultural'. Luego publicó la novela por entregas 'Cilurnigutatis Boulevard' en Amazon (2021). De la comedia pasó a la tragedia, sin anestesia, en la distopía 'El buen salvaje' (2022), donde denuncia los peligros para el hombre del abuso de las nuevas tecnologías. 'García' (2023) se pasa al costumbrismo con todos los ingredientes de la novela clásica, ambientada en el Gijón de 1979.


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