Llega un crucero a Gijón con 3.200 turistas. Los esparce por la ciudad. Comen, beben, pasean y se quejan: una pena que estén las tiendas cerradas, nos hubiera gustado hacer compras. Claro, es domingo y hay cerrojazu en los comercios. Cuando nuestros distinguidos tenderos toman conciencia de la crítica al día siguiente se tiran de los pelos. Y lanzan una reclamación: a ver si es posible que los cruceros hagan escala en Gijón en días laborables. A ninguno se le ocurre decir algo así como qué pena, de haberlo sabido hubiera abierto la tienda. No. Que se ajuste el turista británico al horario gijonés. Faltaría. Esta queja se suma a la protesta contra la liberalización de horarios dictada por el Gobierno para ensanchar los negocios y que sea también ‘nuevo yacimiento de empleo’ abrir a una hora atípica: la de comer o la de dormir, por ejemplo. Parece lógico el asunto, pero en Gijón queremos seguir como en el siglo XIX. De 10 a 13.30 y de 17 a 20.30. Quien se salga de ese horario, si quiere comprar en las tiendas de siempre, irá vestido como un pordiosero, o no comerá o no podrá comprarse un mísero tornillo.
Más actualidad. En uno de los dos cines de Gijón ha aparecido como un visto y no visto la película noruega ‘Headhunters’. La pusieron un martes por la tarde en los Yelmo, en una única sesión a las 17 horas y al día siguiente ya no estaba. Dando facilidades, vaya. Según informantes alicantinos, allí la ponen a diario desde hace semanas, lo cual les ha permitido verla. Y está dabuten. Según Filmaffinity, es la sexta mejor película en cartelera, con una puntuación de 6,9. ¿La veremos? Quizá ocurra lo mismo que con ‘The artist’, que un servidor vio precisamente en Alicante en diciembre de 2011, mientras tardó aún tres meses en llegar a Gijón. Entretanto, el último filmete de Woody Allen es un pelín pufo. Está poco trabajado. Cuatro historias de medio pelo con una Roma de fondo que no luce como París (Midnight in Paris), pese a ser mucho más bella in reality. Cutre papel de Pé, metida un poco a calzador en la película. Este año te suspendemos Woody, aunque sigas siendo el mejor.
Antes del cine, el viernes, decides tomar una cerveza. Vas al 985, cerca de la plaza del Marqués. Dicen que se cena muy bien. Sin embargo, a la cerveza la acompañan, a modo de tapa, con un pequeño bollo preñao con aspecto de estar duro como el peñón de Gibraltar. En todas las mesas, ves el miniplatito con el bollo preñao intacto. Entonces abraso a la esposa teorizando con los bollos preñaos: ¿Habrá invento más cutre? Suelen ser pétreos y tener un trozo de cutrechorizo dentro. Unos días antes, en pleno San Mateo, recuerdo un gran contraste entre Gijón y Oviedo. Por estos pagos, disfrutábamos de los baños de septiembre en un maravilloso día frente a la Escalerona. Al llegar a casa y encender la TPA ahí salía el campo San Francisco con un calor tórrido y la peña dispuesta a dejarse los dientes con su bollo preñao y botella de vino festivos. Pobres hermanos carbayones, ¡con lo bien que se estaba en la playa!
Última noticia local, con reminiscencias planetarias. Si tiene usted un problema con su coche, si tiene que demandar al vecino, si necesita abogado, vaya, no lo dude: llame a Marta Renedo Avilés, que abrió despachín en Xixón. Mientras llega y no llega el juicio universal, la mayor choricilla del funcionariado español que se sepa (junto a la monxia y el riopedre) se pone la toga para ganar unas pesetillas. ¡Vente pa España, Pepe! ¡Que sigue el todo vale!