En el viejo Riaño había una única carnicería. Con unos 500 habitantes en invierno y más de dos mil en verano, el Rubio tenía un negocio redondo. Él era risueño, socarrón, simpático y, también, un poco abusón. Eso contaban las madres, al menos. Ellas pedían filetes y él les colaba un trozo de hueso por lo civil o por lo militar. En el nuevo Riaño hay tres carnicerías y los parroquianos han saldado cuentas con el Rubio. Muchos son los que han desertado de sus servicios en ‘pago’ por aquellos impuestos revolucionarios que cobraba por mor de su monopolio. Sin embargo, un servidor sigue yendo al Rubio. La tradición y la calidad de la carne pesan más que el pensamiento justiciero. El personaje, además, lo merece.
Un buen día, en los inicios del nuevo Riaño, entramos al Rubio mi primo Gabriel y yo. El Rubio nos había conocido de niños y ya éramos adultos. Pero nuestras caras le sonaban mucho. Así que, ni corto ni perezoso, se dirigió a Gabriel para hacerle a bocajarro, con tono enérgico, la clásica pregunta de tú, ¿de quién eres? Fue entonces cuando Gabriel, gallego él, respondió con un musical y alargado “de Caaaaaaarmen”, a lo que el Rubio, dada la popularidad de mi tía en el valle, replicó con un enérgico “¡Te pego una hostia!”, mientras alzaba el brazo contra él, puño arriba y codo al frente. Con aquel memorable “te pego una hostia” el Rubio quería mostrarse afectuoso a su singular manera, al singular estilo de la alta montaña riañesa, donde se gasta mucho en lija y poco en lisonjas. “Te pego una hostia” quería decir, traduzcámoslo de una vez, conozco a tu madre de toda la vida y además le tengo simpatía. Con aquel “te pego una hostia” y con aquel musical “de Caaaarmen” reímos por los siglos de los siglos. Incluso algún amigo cercano confiesa que a veces va conduciendo por la montaña leonesa, solo en su coche, y se sorprende diciendo “de Caaaarmen”. Y luego ríe.
Ahora que se acerca la invernada está pronto a llegar otro ritual en la carnicería del Rubio. Cuando en Riaño los termómetros marquen ‘menos ocho’ él se meterá en la nevera, con sus reses colgadas de los descomunales ganchos, “pa calentar”. Así lo cuenta medio en broma medio en serio. En la calle hay menos ocho y en la nevera, menos dos. Así que ciertamente calienta. Cuando vaya a por mis próximos filetes voy a decirle que soy Adrián, “el de Tere”. A ver si tiene coxones a darme la misma hostia amistosa de Gabriel. Si lo dice, le dejo meterme todos los huesos que quiera. Voy ensayando: “De Teeeeeeeere”…