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Adrián Ausín

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Y de postre, un menhir

Faltaba el postre. Acabadas las vacaciones, aprovechas un fin de semana de descanso para saldar una cuenta pendiente de julio. Si prometiste a la esposa llevarla a las faldas del Urriellu para darse una inyección de asturianía has de cumplirlo. Así que el viernes, pese a las predicciones del tiempo, te plantas en Sotres sin ningún contratiempo en forma de atascos. Ni las piraguas de Ribadesella ni la boca de entrada al Cares suponen problema alguno a media tarde. El tiempo está fresco. El cañón de acceso al valle de Sotres impresiona una vez más. El pueblo siguen tan guapín como siempre y la cena cumple las expectativas: ensalada, cabrito y arroz con leche, regado con una jarra de vino de la casa. El sábado, a las 9.45 horas, está el coche aparcado unos metros antes del aparcamiento de Pandébano. La carretera está hasta las cejas de baches y como veo un buen sitio arrinconado en una caleya, donde no molesta a nadie, paro antes de llegar a destino, pues hay un estrechamiento, con coches aparcados a ambos lados y un boquete cojonudo enmedio. Cuando te estás calzando se detiene junto a ti un coche con el escudo del Athletic de Bilbao y un único ocupante que, por increíble que parezca, te va a proponer que te vayas de donde estás para ponerse él, todo esto en este divertido tono cantarín que ponemos todos para contar los chistes de los vascos. “Mecaguenlashostias, si tuviera tu coche pasaba ese bache y llegaba hasta el aparcamiento. Está ahí al lado”. “Jodé, claro, con éste no puedo. Pero el tuyo sí que pasa”. “Si yo tuviera tu coche ya pasaba pues”. Así, erre que erre. Tras un par de bromas disuasorias, dio media vuelta y aparcó un poco más atrás.

La ruta a la Vega del Urriellu arranca entre helechos por unas sendas en una zona de pasto donde no dejas de escuchas por un momento el tañer de los cencerros. Poco después la senda se estrecha para ir desfilando por una ladera de roca caliza y así vas trepando, entre brumas que no dejan ver los montes circundantes, hasta llegar, sin mayor problema, a destino a las doce en punto de la mañana. En dos horas y cuarto estás delante del refugio del Urriellu, que ves perfectamente, al igual que el valle. Sin embargo, el Naranjo de Bulnes está totalmente cegado por la niebla. La esposa pregunta: ¿Y el Urriellu? Le señalo con el dedo, frente a nosotros: “Ahí”. Pero ahí no se ven más que brumas. Temo que eso vaya a ser todo lo que vea en su primera ascensión, pero entonces se produce el momento mágico. En apenas dos minutos un aire suave disipa la niebla y el Urriellu se presenta ante nosotros, de repente, como si acabasen de descorrer una cortina. La esposa se emociona. El Gran Menhir está ahí rotundo, descomunal, más bello que nunca. Y ella que en ocasiones había dudado de que fuera para tanto la experiencia se queda sin palabras. Flipa en colores. ¿Es obligado o no es obligado para un asturiano plantarse siquiera una vez en su vida ante el Urriellu? Asiente. Durante unos minutos sólo cabe la contemplación, la asimilación de la gran roca. Luego, añadiremos una propina. Hemos tardado poco en subir y hay margen suficiente, así que prolongamos la caminata por el valle hasta asomarnos al Jou Sin Tierre, otro espectáculo en sí mismo. Allí nos arrinconamos para ver a un tiempo el jou y el Urriellu y sacamos la pitanza: tortilla, tomate, jamón y manzana. Sabe a gloria. Olvidamos llevar dinero, pero encuentro en mi pantalón una moneda de dos euros que permitirá rematar la faena con un café de puchero para dos (vale 1,50) en el refugio. Le digo al tío que añada café hasta dos euros si es tan amable y accede. Llena un vaso bien caliente que apuramos sentados afuera, mientras la bruma ciega de nuevo el Urriellu. No lo volveríamos a ver. La cortina se había cerrado. El día parecía torcerse del todo. Pero ya teníamos nuestro botín. Caminamos otro poco hasta el Jou tras el Pico, por si se destapaba de nuevo. Y comenzamos el descenso.

Por un momento habíamos dudado ampliar la excursión hasta el teleférico de Fuente Dé, Áliva y Sotres. Pero eso serían siete horas sin tregua para las que no íbamos mentalizados. Decidimos dejarlo así y no fue mala decisión. Cuando estábamos llegando al coche comenzó a chispear y al llegar a Sotres, cinco minutos después, se desató un tormentón de miedo. Diluvió durante veinte minutos. Iniciamos entonces la vuelta. Con el calor de la marcha en la cara y en el cuerpo, no era agradable ponerse a conducir. Faltaba la guinda: un chapuzón en el río para refrescarte como una trucha. Antes de la boca del Cares cesó la lluvia, así que eché rápido el coche a una cuneta y zas, al agua. Ese fue el karma final. Agua de río fresca para relajar los músculos y completar la impresión del Gran Menhir en el cerebro astur de los viajeros.

 

 

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Gijón y otras hierbas

Sobre el autor

Adrián Ausín (Gijón, 1967) es periodista. Trabaja en el diario EL COMERCIO desde 1995. Antes, se inició en la profesión en Bilbao, Sevilla y Granada. En 2019 escribió para el Ateneo Jovellanos el catálogo 'Gijón Escultural'. Luego publicó la novela por entregas 'Cilurnigutatis Boulevard' en Amazon (2021). De la comedia pasó a la tragedia, sin anestesia, en la distopía 'El buen salvaje' (2022), donde denuncia los peligros para el hombre del abuso de las nuevas tecnologías. 'García' (2023) se pasa al costumbrismo con todos los ingredientes de la novela clásica, ambientada en el Gijón de 1979.


agosto 2012
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