El día que desfilé ante Fidel Castro | Campo y playu - Blogs elcomercio.es >

Blogs

Adrián Ausín

Campo y playu

El día que desfilé ante Fidel Castro

¡Aves de mal agüero! No recuerdo siquiera qué es un dolor de cabeza. Así ha salido al paso Fidel Castro, a sus 86 años, del enésimo rumor acerca de su muerte. No. Sigue en chándal, relajadín, leyendo el Granma, ese periódico libre que transmite a los cubanos la fastuosidad de su Cuba libre, por si no se habían enterado. Fidel no sabe qué es un dolor de cabeza. Nada interfiere en la salud del gran artífice de la ruina económica, personal y cultural de un país sometido a su dictadura desde 1959. Van ya 53 años de dictadura, pero al tirano y a su hermano no les duele la cabeza. Curioso fenómeno. Ni siquiera una pequeña migraña por esos miles de cubanos que han nacido, crecido y muerto en una dictadura, por los que han muerto en un infructuoso intento de huir de la isla en un neumático, por los encarcelados simplemente por pensar diferente o por ser homosexuales, como el grandísimo escritor Reinaldo Arenas, por los que han fusilado simplemente por robar… Ocurre que en Cuba hay arroz, frijoles, ron y buen humor en abundancia, lo cual enmascara su tercermundismo. Nadie se muere de hambre. Se puede vivir toda una vida con un plato de arroz diario y una camiseta raída paseando por el malecón de La Habana, lo cual queda en segundo plano, a los ojos del mundo, respecto a las imágenes de niños esqueléticos de África o India. Y si a ello le sumamos las estúpidas gracias de gobiernos socialistas y populares haciéndose fotos con Fidel como si fuera el gran referente mundial de la izquierda se completa la cuadratura del círculo de la longevidad de su dictadura. De eso, en Gijón, sabemos un rato.

Para no ser menos, un servidor cometió la estupidez de desfilar ante Fidel Castro el 2 de diciembre de 1996. He dicho bien, desfilar. En esas fechas, de viaje por Cuba, corría el rumor de que Fidel se había muerto. Igual que ahora, pero hace dieciséis años. Decían los cubanos de aquélla que llevaba meses, e incluso años, sin aparecer en público. Así fue como de un día para otro, tras un gran secretismo, se supo que el 2 de diciembre Fidel asistiría al desfile organizado para conmemorar el 40 aniversario de su desembarco en Cuba a bordo del ‘Granma’ (1956) procedente de México, adonde había tenido que huir unos meses antes tras su primer intento fallido de derrocar a Batista, el dictador que le antecedió en el ‘cargo’. Unos días antes había visto el yate en el Museo de la Revolución. Entonces había pensado en la ironía de que un dictador comunista llegara al país a bordo de un yate. Pero ya se sabe que los dictadores al final son todos iguales, sean de izquierdas o de derechas. Se presentaba la oportunidad, estando en La Habana, se ver un desfile del Ejército cubano y, quizás con suerte, de comprobar en primera persona que Fidel Castro estaba verdaderamente vivo. Entonces tenía 70 años.

Así que aquel 2 de diciembre de 1996 mi amigo José y servidor nos fuimos con la muchedumbre a la plaza de la Revolución. Por allí desfiló un Ejército pobretón escoltando a un yate encaramado sobre una estructura con ruedas. Tras la soldadesca el pueblo se sumó al propio desfile. Fidel debía de estar en un palco que se veía a lo lejos, así que los dos gijoneses de pro que allí nos encontrábamos no dudamos en mezclarnos con el pueblo cubano para ver con nuestros propios ojos al ‘venerado’ dictador. Cuando estuvimos a su altura incumplimos el proceder de toda la masa apartándonos a un lado para detenernos un momento y poder fotografiar al palco de autoridades, presidido por los hermanos Castro. Temíamos que se nos echara encima algún matón encubierto por si sospechaban que en la cámara de José hubiera acoplado un misil yanqui, así que disparó rápido una foto y seguimos. Por si las moscas. Teníamos la prueba gráfica de que Fidel vivía. Caminamos un poco más, salimos del desfile y nos perdimos por La Habana.

De las miserias vistas en aquel viaje, de la simpatía de un escultor llamado Alberto Pantaleón, en cuya casa cenamos varios días, del vuelo a Cayo Largo en un helicóptero sin puerta, de la belleza de esta isla, por donde pasó aquellos días la cola de un huracán, o de la mísera vida agrícola de Viñales, donde dormiríamos en casa de unos cubanos, donde por supuesto no había ni ducha ni retrete, se puede escribir un libro entero. Otro capítulo cuando menos. Hoy toca simplemente denunciar con luz y taquígrafos a ese ave de mal agüero que gobierna Cuba, con hermano o sin él, desde 1959, así como lanzar al pueblo cubano un mensaje de solidaridad por su sufrimiento. Nacer, crecer y morir en una dictadura es un mal al que España no es ajena. Y hay millones de cubanos que se habrán muerto sin saber lo que es vivir siquiera un día en libertad.

 

 

 

 

 

 

 

img168

Temas

Gijón y otras hierbas

Sobre el autor

Adrián Ausín (Gijón, 1967) es periodista. Trabaja en el diario EL COMERCIO desde 1995. Antes, se inició en la profesión en Bilbao, Sevilla y Granada. En 2019 escribió para el Ateneo Jovellanos el catálogo 'Gijón Escultural'. Luego publicó la novela por entregas 'Cilurnigutatis Boulevard' en Amazon (2021). De la comedia pasó a la tragedia, sin anestesia, en la distopía 'El buen salvaje' (2022), donde denuncia los peligros para el hombre del abuso de las nuevas tecnologías. 'García' (2023) se pasa al costumbrismo con todos los ingredientes de la novela clásica, ambientada en el Gijón de 1979.


octubre 2012
MTWTFSS
1234567
891011121314
15161718192021
22232425262728
293031