Por segundo año consecutivo, a estas tierras del Suroccidente no acuden los camiones a los mercados semanales de castañas. Y no acuden por una razón bien sencilla: no las hay. El año pasado apenas si hubo para probarlas en las casas y este año la situación es semejante. Puede decirse que la cosecha se redujo en un 80% o incluso más. Y no solo eso, lo más grave es que se aprecian, en muchos árboles, signos de que empiezan a secar.
La principal causa de esta grave situación parece que es una plaga que también nos llegó del continente asiático –como la ya tristemente conocida avispa velutina- y también se trata de un insecto: la avispilla del castaño. Procede de China y se cree que entró en Europa a través de Italia. Este insecto deposita sus larvas en las ramas e impide que salga el fruto. Y además incrementa la posibilidad de que en el castaño prospere el chancro, otro de los parásitos nefastos para este árbol tan importante por estas tierras. La situación es, sin duda alguna, alarmante.
La idea de que nuestros valles puedan quedar sin su árbol emblemático es demasiado espeluznante para siquiera poder imaginarla. Pero la realidad está ahí y por ignorarla no va a dejar de amenazarnos. No podemos adoptar la postura del avestruz que esconde su cabeza para no ver el peligro. Las pérdidas a todos los niveles serían irreparables. En primer lugar, las pérdidas económicas. Las castañas, al menos en esta zona del Cuartu la Riera del concejo de Tineo, son una fuente de ingresos nada desdeñable. Al ser uno de los pocos lugares de Asturias donde están comercializadas, la gente se toma muy en serio su recolección. Fueron durante los últimos cuarenta años un recurso económico importante en una zona donde las explotaciones ganaderas no son de gran tamaño y las castañas contribuían a aumentar los ingresos anuales. Así lo expresaban a menudo los campesinos: “Las castañas sacan perras. Son tres o cuatro xatos que nun gastan nada nin dan trabayu pa crialos”.
Pero el castaño también es madera, paisaje, biodiversidad y cultura tradicional asturiana. No quiero imaginar en que se podrían convertir nuestros hermosos bosques si desaparecen estos imponentes árboles de hoja caduca. Esos paisajes otoñales que en estos lugares son de una belleza inusitada, ¿en qué se transformarían?
Por eso es necesario hacer algo y hacerlo rápido. Pero la solución no la tienen los propietarios, es demasiado compleja para que puedan abordarla solos los vecinos de los pueblos. Tienen que ser las administraciones las que pongan mano en el asunto. Se trata de una cuestión prioritaria y urgentísima. No admite más espera.
El fruto del castaño fue fundamental para la supervivencia de nuestros antepasados. Le debemos la vida. Es cuestión prioritaria trabajar para que siga estando ahí, para los actuales y para los que nos sucedan. ¡Sería imperdonable dejar morir estos árboles a los que tanto debemos!