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Pilar Arnaldo

Desde La Pontecastru

SIN PRAOS NO HAY PARAÍSO

Últimamente empieza a aparecer de vez en cuando por los medios de comunicación una alarma de la que algunas personas hace ya tiempo  nos hacíamos eco: Asturias se está quedando sin praos. Esas verdes praderas que desde siempre conformaron nuestro paisaje y que constituían el recurso principal para la alimentación ganadera están en franco retroceso. Calculan los expertos que en los últimos años ya han retrocedido en un cuarenta por ciento. Casi la mitad de su extensión. No es ninguna broma.

La causa evidentemente es el progresivo abandono del mundo rural. Esos prados asturianos milenarios, ganados al monte mediante esfuerzos titánicos por nuestros antepasados, necesitan para su supervivencia de la continuidad del mundo campesino.

Existen en el campo asturiano dos tipos de prados: los de secano y los de regadío. Los de secano requieren menos trabajo para su mantenimiento. Se limpian una vez recogida la hierba  y se cuchan (abonan) cada dos o tres años, normalmente en otoño o invierno. Los de regadío exigen más cuidados debido al sistema de presas de agua que los atraviesan. Hay que limpiarlos también como a los otros, pero además hay que, cada año, arreglar las presas y los desagües para después regar siguiendo un ancestral sistema de turnos llamado vecera. Los prados de hierba se siegan una vez al año, en verano, y se pastan una o dos veces en primavera y otoño. Sin olvidar que también existían prados de verde que soportaban dos cortes al año. Una tarea demasiado grande para un mundo rural tan falto de capital humano. Ya no solo en buena parte de ellos no se realizan estas labores, sino que en muchas zonas van dejando de ser pastados por el ganado, lo que resulta absolutamente imprescindible para su mantenimiento.

El prado abandonado se convierte en matorral y el matorral, desde el punto de vista paisajístico, no tiene ningún encanto. Imaginemos por un momento una Asturias sin prados. Una Asturias llena de  terrenos abandonados donde la maleza crece a sus anchas. ¿Seguiría siendo el lugar fascinante al que los turistas acuden maravillados? ¿Podríamos seguir llamando Paraíso Natural a una tierra yerma, abandonada, llena de “escayos”?

Pero no se trata solo de paisaje. También es biodiversidad: en torno a estas praderas viven muchas especies vegetales y animales que desaparecerían con ellas. Y también es una cuestión económica y cultural. Para que estos prados se formaran se necesitaron miles de años de trabajo y uso continuado. Si se abandonan no va a ser posible recuperarlos en caso de necesidad. ¿Y quién nos asegura que no vamos a necesitar nunca en un futuro volver a comer del campo? Desde el punto de vista cultural, con la perdida de prados, además de un elemento caracterizador de esta tierra, desaparecería buena parte de nuestra rica toponimia tradicional, uno de nuestros legados culturales y lingüísticos más importantes y al que todavía no se le ha dedicado la suficiente atención. El prau tiene un nombre; el matorral, no.

¡Es absolutamente urgente buscar soluciones para que no desaparezcan los praos asturianos. Con ellos se iría buena parte de nuestra identidad regional!

 

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Sobre el autor

Pilar Arnaldo, escritora y profesora de Lengua castellana y Literatura. Como columnista publico mis artículos en El Comercio sobre mundo rural, Suroccidente de Asturias y cultura tradicional


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