Reflexiones desde el #YoMeQuedoEnCasa
Día 19.
1 de abril 2020
Entre las cosas que van a quedar claras al final de esta pandemia del Covid 19 figura de forma sobresaliente el cambio radical y acelerado que nos va a obligar a abrazar definitivamente el mundo de las nuevas tecnologías. Entre tanta sobreinformación, la seria y la de las redes sociales, no se está dando a mi juicio la dimensión adecuada al papel que está jugando ya la inteligencia artificial o el big data en algunos aspectos que se nos escapan, por ejemplo en tratar de encontrar esa vacuna que nos libere de esta pesadilla, como ya lo hicieron en casos anteriores como el ébola o el sida.
El control sobre la pandemia en todo el mundo está planteando ya en estos momentos aspectos como la preservación de la privacidad y hasta de los derechos humanos. Y no estamos ante un asunto menor, no tanto por las medidas excepcionales adoptadas en la urgencia actual, como por el riesgo de que en determinadas cuestiones no haya una marcha atrás cuando haya pasado todo esto y se corra el riesgo de institucionalizar estos sistemas.
Cuando estos días hablamos de China, en donde empezó todo, seguimos anclados en ocasiones en esa imagen estereotipada de país atrasado, el del ‘todo a cien’, en el que sólo saben copiar lo que se fabrica en el mundo avanzado, como Europa o Estados Unidos. Eso tuvo su tiempo, no muy alejado de esa realidad. Pero hoy, fuentes fiables como la CNBC, The New York Times o Wharton University nos describen, a modo de ejemplo, situaciones como estas:
En China , las cámaras de CCTV instaladas por el gobierno apuntan a la puerta del apartamento de aquellos que están bajo cuarentena durante 14 días para asegurarse de que no se vayan. Los drones les dicen a las personas que usen sus máscaras. Los códigos de barras digitales en aplicaciones móviles resaltan el estado de salud de las personas.
En Singapur , el gobierno lanzó una aplicación llamada TraceTogether. Utiliza señales de bluetooth entre teléfonos celulares para ver si los posibles portadores del coronavirus han estado en contacto cercano con otras personas.
En Hong Kong, algunos residentes fueron obligados a usar una pulsera que se conectaba a una aplicación de teléfono inteligente y podían alertar a las autoridades si una persona dejaba su lugar de cuarentena.
En Corea del Sur, el gobierno utilizó registros como transacciones de tarjetas de crédito, datos de ubicación de teléfonos inteligentes y vídeos de circuito cerrado de televisión, así como conversaciones con personas, para crear un sistema donde se rastrearon casos confirmados. El resultado fue un mapa que podía decirle a las personas si se habían acercado a un portador de coronavirus.
Mientras tanto, la agencia de seguridad de Israel, Shin Bet, está utilizando los datos de ubicación de los teléfonos celulares de los ciudadanos para rastrear dónde han estado y poder hacer cumplir los controles de cuarentena y monitorear los movimientos de las personas infectadas.
En los Estados Unidos, el gobierno está hablando con Facebook, Google y otras compañías tecnológicas sobre la posibilidad de usar datos de ubicación y movimientos de teléfono para combatir el coronavirus.
Un amplio espectro como se ve que en este momento todo el mundo da por bueno con tal de eliminar cuanto antes y borrar la tragedia que nos afecta a todos sin excepción. El problema es que este estado de pánico que asola al planeta sea la disculpa ideal para atentar contra la libertad, los derechos y la democracia. El poder absoluto que se está dando a los gobiernos –en España funciona un ‘mando único’ en la figura del presidente del Gobierno desde la declaración del estado de alarma el pasado día 14 de marzo- nunca podrá ser una disculpa para no volver a la normalidad en el menor tiempo posible.
Volviendo a las tecnologías digitales, el coronavirus es seguro que va a acelerar su utilización de una forma impensable, cambiando absolutamente todos los planteamientos existentes hasta ahora en cuestiones como la empresa, el comercio, las relaciones entre personas, los medios de comunicación. Todo, absolutamente todo, va a estar cubierto bajo el manto de las nuevas tecnologías. Sólo hace falta recordar la última semana de nuestras vidas confinados en casa: videollamadas que antes no se hacían en líneas generales entre las familias, compras del supermercado online, servicios de alimentación a domicilio, atención sanitaria telefónica, dispensación de medicamentos a mayores en sus casas, enseñanza virtual a los estudiantes, teletrabajo, redacciones de periódicos desde los domicilios de los periodistas, transacciones económicas a través de una simple aplicación, consultas a profesionales por internet, televisión a la carta más que nunca, visitas a museos… Sin olvidar que algunos sectores que se desarrollan en un entorno físico también van a estar influenciados por esta nueva era.
Todo un horizonte de cambios, pero no lo olvidemos: todo un mundo de oportunidades, de nuevos negocios, de nuevas visiones de la sociedad. Y una sola certeza: será sí o sí. No va a haber marcha atrás. Con un riesgo: el quedarse quieto tendrá un coste.
Así que si ese va a ser el planteamiento, mejor nos preparamos para ser relevantes en este cambio y no quedarnos rezagados. De momento tenemos motivos para pensar que somos un país, frente a lo que pudiera parecer –aquí, que tenemos tendencia a tirar por tierra todo lo nuestro- privilegiado en algunos aspectos, sencillamente porque se han hecho las cosas muy bien. En este país hubo políticos que lejos de abrazarse el cortoplacismo actual, pusieron las luces largas y ahí están los resultados.
España es líder en Europa y el tercer país del mundo en fibra óptica, con un 80 por ciento de penetración, solo por detrás de Japón y Corea. Alemania, la poderosa Alemania, tiene un 8 por ciento de penetración. España tiene más fibra óptica desplegada que Reino Unido, Alemania, Francia e Italia juntas. Y está por delante de los dos colosos: China y Estados Unidos.
Estos días de confinamiento, en donde el consumo de internet se habrá multiplicado de forma exponencial, nos encontramos con que una plataforma como Netflix se ha visto obligada en Europa a bajar la calidad de su oferta audiovisual para que el sistema resistiera. En España no ha hecho falta.
Bueno, pues dicho lo anterior, uno, como asturiano, no deja de sentir un cierto orgullo al recordar que nuestra región, y más en concreto Avilés, fue pionera en la extensión del cable, banda ancha y fibra óptica por toda la ciudad, como lo fue de la red pública de wifi. Es cierto que en Asturias hay una zona rural y unas alas en donde el sistema tiene mucho que mejorar todavía, pero la realidad es la que es y de eso también debemos sentirnos orgullosos todos.
Una personalidad en el mundo de las tecnologías como José María Álvarez-Pallete, presidente de Telefónica, nos deja un mensaje claro: “España está en condiciones de liderar la ‘nueva revolución industrial’, la cuarta revolución, la mayor transformación tecnológica que haya conocido el ser humano”.
Son reflexiones optimistas, dignas de ser tenidas en cuenta en estos momentos de confinamiento y zozobra.
Y como ejemplo de ese nuevo mundo que se nos abre a todos como país, nada mejor que dejar aquí el testimonio de un grupo de gente que ha utilizado su afición por la música, su profesión en algunos casos, para demostrarnos, primero, que cualquier motivo es bueno para levantar la moral de la gente; y segundo, que las nuevas tecnologías nos permiten asistir a cosas tan curiosas como este trabajo de Los Adioses Escuela Musical, una entidad avilesina que dirige una joven entusiasta y emprendedora de nombre Olaya Esteban. Os dejo aquí el enlace.
Con ejemplos como éste todo se nos hace más llevadero.
Ánimo.
Esto lo vamos a sacar adelante entre todos. #YoMeQuedoEnCasa