Reflexiones desde el #YoMeQuedoEnCasa
Día 24.
6 de abril 2020
Es todo tan extraño lo que nos está pasando como seres humanos, todos, sin excepción, que sentimos cada mañana como un cierto alivio cuando leemos que el número de muertos ha descendido respecto al día anterior, lo mismo que el número de infectados. Y celebramos las noticias de que se normalizan los hospitales y que llegan a donde tienen que llegar los materiales sanitarios que tanto se echaron en falta al principio, aquí como en Pensilvania, en donde nuestro clamor es ahora su clamor, sin que eso sea un consuelo para nadie.
Seguimos pendientes de nuestros muertos, de nuestros enfermos, de nuestro héroes sanitarios y de esos otros héroes, también anónimos, que nos permiten sobrevivir con servicios esenciales que ahora valoramos como nunca hubiéramos imaginado, y también de los que siguen trabajando en empresas que se lo pueden permitir y que constituyen el poco oxigeno económico que nos queda.
Salvada la primera preocupación que en este momento debe tener cualquier ser humano, comprobamos que pertenecemos a un país en el que nadie ha suscitado otro debate diferente al de salvar las vidas humanas como único objetivo. Bien es cierto que algún fascista dijo el primer día de la alarma que los hospitales no atendieran “a los que no tuvieran papeles”, pero afortunadamente los fascistas no nos gobiernan, aunque estén implorando para que intervenga el Ejército, a ver si así llegan a donde las urnas les han cerrado el paso.
Eso aquí, porque, como ya se ha apuntado en este diario, en Estados Unidos, empezando por su anomalía de presidente, hay voces que hablaron de ‘fumigar’ a los viejos para salvar la economía. Y vaya usted a saber lo que han pensado y lo que han hecho en China.
Dicho lo anterior, y cuando parece que esta tragedia va camino de empezar a ser controlada –nos quedará mucho sufrimiento todavía, que nadie baje la guardia–, hay que ir pensando también en el ‘día después’ de nuestra economía, la segunda clave tras la salud para que el sistema planetario no se venga abajo.
En el caso de España, que no es diferente al resto del mundo, salvo algunas excepciones en Asia principalmente y en algún país en el Norte de Europa, hay una coincidencia general en que la salida de este cierre descomunal de la economía productiva sólo se conseguirá si existe una respuesta global.
Dejando a un lado lo que pueda pasar en Estados Unidos y China –que no dejará de ser muy relevante para el resto por su influencia indudable en nuestra economía–, sí sabemos que la Unión Europea se juega su futuro si no es capaz de articular una salida conjunta. Y ojo, no hablamos ya de una solución económica, sino que nos estamos planteando el mismo futuro de la Unión Europea y a partir de ahí el de una Europa que puede asistir a conflictos indeseados desde el mismo momento en que cada uno de sus miembros vaya por su lado y avancen sin remisión partidos de corte nacionalista, nazi y fascista, por referirme a lo que ya vemos en algunos países tan ‘modernos’ y ‘adelantados’ como Holanda o Alemania sin ir más lejos.
Joseph Stiglizt, Premio Nobel de Economía, hacía una reflexión este fin de semana sobre la Unión Europea y daba un titular de primera: “Este es un momento de crear o romper”. Y señalaba al respecto que “hay que emitir los eurobonos (teoría de España, Italia, Francia y Portugal), aunque ahora en Europa no hay suficiente solidaridad para apoyar una medida así”. Aún así, Stiglizt está convencido de que no se puede repetir lo que se hizo en la crisis financiera de 2008, en donde la receta de la austeridad sólo sirvió para “hundir a Grecia y salvar los préstamos que le habían concedido a ese país los bancos alemanes y franceses”.
Y yo añadiría: una política de austeridad que empobreció a la clase trabajadora española, acabó con la clase media, dio paso a una reforma laboral que destruyó miles de empleos que se cambiaron por falsos autónomos para maquillar las cifras del paro y aliviar las arcas de las empresas, hizo al país más pobre y abrió una brecha escandalosa entre ricos y pobres, mientras las grandes corporaciones iniciaban una obscena escalada para mostrarnos al resto de los mortales las indecentes primas a sus directivos y el reparto de dividendos a sus accionistas. A lo que hubo que añadir otro escándalo mayúsculo: la clase política se convirtió en el refugio de gente muy mediocre, clubs de fans del ‘gran líder’ de cada partido, y receptores de una serie de beneficios y prebendas que en su vida hubiesen soñado si hubiesen tenido que salir al mercado laboral a conseguirlos.
Otro Premio Nobel de Economía (da gusto escribir esto con mayúsculas, acostumbrado estas semanas a hablar de esos ‘premiosnobel’ de andar por casa y alcantarilla), Paul Krugman, habla de “catástrofe económica” en Estados Unidos, y tras felicitarse por la buena noticia de la aprobación de la Ley CARES que dispone de 2 billones de dólares para asegurar sobre todo el soporte vital económico, alerta de otra cuestión que también, creo, nos está pasando en España: el riesgo de que puedan pasar semanas, incluso meses dice él, antes de que “esas cantidades importantes de dinero fluyan de verdad hacia quienes necesitan ese dinero para sobrevivir”. Y por eso Krugman aboga por resolver en primer lugar “los cuellos de botella que están retrasando las prestaciones por desempleo y los préstamos a pequeñas empresas”. Así que esperemos que esa otra ‘gran casta’ de los grandes funcionarios se apliquen para que la efectividad de los ertes y otras medidas del decreto ley sobre economía no sean una rémora y un castigo para los que lo necesitan.
No es mal día un lunes de confinamiento, día 24 ya, para reflexionar un poco sobres cuestiones importantes que nos describen los Premios Nobel y a la vez alejarnos del ‘ruido’ interesado, ahora que se ha descubierto la infame utilización de dinero para crear y sostener noticias falsas. ¿O ya lo sabíamos desde hace tiempo?
Ánimo.
Esto lo vamos a sacar adelante entre todos. #YoMeQuedoEnCasa