Reflexiones desde el #YoMeQuedoEnCasa
Día 28.
10 de abril 2020
Hace unos años, y no unos pocos precisamente, estando de vacaciones en Cala Mandía, costa este de Mallorca, a tres kilómetros de Porto Cristo, asistíamos mi familia y yo a un espectáculo diario gratuito de zafiedad y mala educación. Tras pasar prácticamente toda la mañana disfrutando de la arena y las aguas de aquella cala paradisíaca, solíamos comer en un restaurante/chiringuito del mismo nombre, al que se accedía tranquilamente en chanclas, bañador y una camiseta o una camisa. Allí se respiraba la misma tranquilidad, el mismo sosiego que encontrábamos a diario en la playa. Un disfrute. Hasta que, una vez sentados en la mesa, llegaban “los alemanes”. Simplemente se hacían notar. Bien es cierto que nosotros somos un país en donde hay algunos que gritan, no sé si porque están sordos o porque también necesitan hacerse notar como sea para ser el centro de atención, algo que, lo confieso, siempre me ha irritado profundamente, y eso que estoy sordo como una tapia y además estos días observo que va a más. El caso es que, más allá de las voces, había un detalle que nos horrorizaba a todos los presentes: los alemanes acompañaban la comida con cava y cada vez que terminaban una botella, la metían bocabajo en la cubitera, y a grandes voces pedían otra botella, y otra, y otra…
Un espectáculo grosero por lo que tenía de falta de urbanidad, de respeto a los demás y también de exhibicionismo: hace veinticinco años ningún trabajador español se podía permitir el lujo de almorzar con cava y mucho menos como si se fuera a acabar mañana. Hoy, reforma laboral mediante, somos ‘adictos’ al menú del día.
Recuerdo esta anécdota hoy, cuando en España llegamos al día 28 de ‘enchiqueramiento’ por culpa de un virus que tiene confinado al mundo entero, a los ricos y a los pobres, a los obreros y a los jefes de Estado. Y lo recuerdo al día siguiente de que ese gran sueño que es la Unión Europea haya dado muestras una vez mas de una tibieza insoportable cuando se enfrenta al reto más importante desde la II Guerra Mundial y a una pandemia que no tiene antecedentes en la historia de los dos últimos siglos.
Frente a las informaciones que se han venido trasladando en las últimas horas sobre ese ‘gran acuerdo’ de la Unión Europea para poner en marcha un plan de ayudas de medio billón de euros, que está muy bien, queda un poso de fracaso, de derrota de países como España, Italia y Francia, que han visto cómo por influencia de Alemania y Holanda no se ha aprobado la mutualización de esa deuda necesaria para salvar las economías de cada país de forma solidaria entre los que formamos ese gran proyecto continental llamado Europa. Es decir, que la factura la paguemos todos a escote, no cada uno lo suyo.
Ni Alemania ni Holanda quieren saber nada de los eurobonos, que constituyen la fórmula exigible para afrontar y salir juntos de esta pandemia sanitaria y sus efectos destructores sobre la economía.
Pensaba hoy en aquellas vacaciones de Cala Mandía y del comportamiento de los alemanes, en donde no recuerdo si aquella muestra de zafiedad y mala educación, de exhibicionismo económico, de botellas abajo, de gritos y risotadas, también incluía los eructos –creo que sí, y no lo digo por decir-, pensaba en esto, decía, para reflexionar sobre la pérdida de memoria que tiene el país teutón, al que por otro lado admiro por tantas cosas.
Si hay una nación europea que debería estar dando gracias al conjunto del continente, y al mundo occidental en general, esa es Alemania. Sin ningún lugar a dudas. Un territorio devastado por dos guerras mundiales, fue capaz de salir adelante por el empeño de sus habitantes en primer lugar, pero sobre todo gracias a las ayudas externas recibidas. El Plan Marshall, conocido así por su impulsor, el secretario de Estado norteamericano George Marshall, supuso en 1948 el gran revulsivo para llevar a cabo un plan de rescate de países receptores de aquellas ayudas cifradas en unos 14.000 millones de dólares de la época, con este reparto: Inglaterra, el 26 por ciento; Francia (18%), Alemania Occidental (11%), Italia (9,50%) y Países Bajos, la hoy soberbia Holanda (9%). Un plan de rescate norteamericano que puede considerarse un poco el embrión de lo que luego desembocó en la Comunidad Europa del Carbón y el Acero (CECA) y más tarde en la Unión Europea tal y como la conocemos ahora, con sus sucesivas ampliaciones.
A partir de aquella ayuda inicial norteamericana se empezó a hablar del ‘milagro alemán’. Pero la historia continuó. En 1989 se produjo la caída del Muro de Berlín y pocos meses después se asistía a la reunificación de la antigua RDA con la República Federal de Alemania (RFA). Aquella operación requirió un esfuerzo económico excepcional, que algunos cifran todavía hoy en una inversión global de entre 2 billones de euros y 1,2 trillones de euros convirtiéndose la Unión Europea en el sostén de ese esfuerzo económico que se dio por bien empleado para recuperar a la RDA de años de atraso soviético. Son solo unos ejemplos, porque de ayudas directas europeas a Alemania hay un libro entero.
Ahora, cuando el planeta entero asiste a una pandemia que todavía no ha podido ser controlada, cuando ni siquiera se tienen todas las certezas sobre cómo actúa y cómo puede evolucionar, cuando todos los países se han visto obligados a poner en marcha medidas de ‘guerra’ para salvar las vidas humanas, sabiendo de antemano que ese esfuerzo de confinamiento va a traer días de ruina y penuria para las economías de todos los países, resulta que Alemania y Holanda ‘maquillan’ un acuerdo para no involucrarse y asumir como propio el esfuerzo global.
Uno, que desempeñó durante buena parte de su carrera profesional de periodista ocupando el cargo de redactor jefe de un periódico, de jefe de área de fin de semana de otro, y de responsable máximo del primero en la recta final, sabe sobradamente que la opinión que se dé desde esa atalaya, por lo que supone el cargo que se ostenta, no es la misma que la de un redactor o la de un corresponsal, aunque éste sea el de un diario prestigioso como el The New York Times, por referirme al último que puso a “parir” al Gobierno español sobre su actuación ante esta pandemia. (Cabe recordar que en el Nueva York de ‘Anomalía’ Trump esto era hace un par de semanas simplemente ‘una gripe sin importancia’. Hoy, desgraciadamente, Estados Unidos suma 17.000 fallecidos, casi medio millón de personas contagiadas y 17 millones de personas han pedido ya ayudas por el desempleo).
Por eso, cuando Steffen Klusman, el redactor jefe de la revista más importante de Alemania, Der Spiegel, dice en un editorial bajo su firma que la posición de su país, respecto a la ayuda que le ha demandado buena parte de la Unión Europea para afrontar los efectos devastadores de esta pandemia es “insolidario, mezquino y cobarde”, es mejor no decir nada más. Silencio.
Y que sigan poniendo las botellas de cava bocabajo.
Llegamos al día 28. Viernes Santo, viernes de pasión para unos, viernes de recuerdos para otros, para mí y para mis amigos del Club Juvenil de La Luz, que fijamos este día con una rutina invariable año tras año: partido de fútbol en la playa, primer baño del año (aunque cayeran chuzos) y paella hecha por toda la peña. O tempora, o mores.
Ánimo.
Esto lo vamos a sacar adelante entre todos. #YoMeQuedoEnCasa