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José María Urbano

Diario de un confinamiento

Avisados estamos

Reflexiones desde el #YoMeQuedoEnCasa

Día 38. 

20 de abril 2020

 

Debo ser un bicho raro. Nadie me ha cortado la comunicación de Whatsapp, ni la de Duo, ni Zoom, ni Skype, ni Facebook; sigo escuchando música por Spotify, veo vídeos que me envían en Youtube, recibo los correos habituales sin problemas y me sigue funcionando la carpeta de spam, leo de todo por internet, no he vuelto a entrar en Twitter porque no me apetece, Linkedin lo tengo olvidado en estos tiempos de cierre… Y, en fin, soy consciente de su utilización y, sobre todo, de lo que publico.

Y soy consciente de lo que me “utilizan”. Pero esto desde el primer día, no he necesitado confinarme en casa por culpa de esta pandemia para saber que estoy ‘vigilado’ permanentemente, me guste o no, y que mis datos –tengo sospechas fundadas de que hasta mis conversaciones por teléfono- se utilizan a efectos publicitarios. Aunque también aquí tengo dudas y prefiero no darle muchas vueltas.

La semana pasada publiqué una foto de uno de los lagos de Saliencia y horas más tarde Tripadvisor me comunicaba que había una serie de opciones en Saliencia para cuando finalizara el confinamiento. Ayer publiqué una foto de calamares fritos y esta noche seguramente me llegarán avisos de dos o tres restaurantes cercanos. Hace un año estuve viendo opciones de compra de una silla de despacho y no soy capaz de quitarme de encima la publicidad cada vez que abro una página web. Y ya no voy a hablar de geles, mascarillas… y hasta de la manzanilla de Sanlúcar.

Por otro lado, desde que empezó el confinamiento recibo diariamente en Facebook del orden de una docena de peticiones de ‘amistad’. No pasa el control  ni un 0,5  por ciento.

Y esto es lo que le estará pasando a la mayoría de las personas, simplemente porque este mundo de la robotización, de las redes sociales, de los perfiles falsos, de la publicidad encubierta, de los bots (esos programas informáticos que se dividen entre ‘buenos’ y ‘malos’, que pueblan las redes sociales sobre todo y que han sido claves en las elecciones de Estados Unidos, en la propaganda independentista catalana, o en las proclamas de Vox, en las de Podemos, en las del PP y hasta en las del Gobierno en estos días) y de tantas otras cosas que “no sabemos”, lo único que nos queda es saber el terreno que pisamos y a partir de ahí protegernos. Y que cada uno elija lo que quiera compartir de su vida y lo que no.

Supongo que a estas alturas todo el mundo sabrá que un ‘me gusta’ en Facebook queda registrado, lo mismo que las simpatías políticas, las gastronómicas, las de los viajes, el lugar de residencia, las fotos que compartes, tu listado de ‘amigos’… y así hasta el infinito. Facebook se queda con todos tus datos y supuestamente solo los utiliza, de forma anónima, a efectos publicitarios. Simplemente con fijarnos en el historial de “fallos” que ha tenido la compañía de Mark Zuckerberg podríamos asegurar que eso es falso. (Dejémoslo en dudoso, no vaya a ser que mañana ‘desaparezca’ de un plumazo de esta red social)

Y esas cosas deberíamos saberlas en este tiempo en el que vivimos, en el que la robotización, el big data y la inteligencia artificial compilan cada día trillones de datos, entre otros los de cada uno de nosotros.

Y en general somos confiados porque de momento todas estas cuestiones las vemos como un entretenimiento más de nuestras vidas. Algo tan sencillo como esas pulseras de actividad física que todos fuimos a comprar de forma compulsiva y que inmediatamente conectamos a nuestro teléfono móvil encierra tanta información personal que no somos capaces a veces de adivinar qué utilización y por parte de quién se va a hacer cuando en una pantalla aparezca que yo, xxx, tengo tanta edad, mido tanto, peso tanto, tengo la tensión alta, un menisco flojo, no hago mucho deporte y me operaron de anginas de pequeño.

¿Qué le parecería a usted que esos datos cayeran en manos de una compañía de seguros con la que usted va a hacerse un seguro de vida y que pudiera manejar a su antojo toda su ‘casuística’ para decirle que su prima anual va a ser “un poco más cara” de lo normal?

¿Ciencia ficción? Está pasando.

Por eso es importante saber y conocer un poco el mundo en el que nos desenvolvemos. ¿En manos de quién están las grandes tecnológicas del mundo? Fácil: en Estados Unidos. China también tiene lo suyo, con redes y sistemas propios, más allá de esa eterna sospecha de que sus productos, los que compramos cada vez más por sus ventajas técnicas y sus menores precios, tienen “trampa” en forma de sofisticados sistemas de control y, según los norteamericanos, de espionaje.

Cuando estos días lees y escuchas que el Gobierno nos ‘vigila’, uno no tiene por menos que sonreír. Bien es cierto, y está denunciado en este Diario de un confinamiento, que habrá que estar vigilantes a este estado de alarma, no se vaya a colar por ahí la tentación de un ‘control’ que vaya mucho más allá de lo previsto en objetivos y tiempo. Nos jugamos la esencia de la democracia, no es ninguna broma.

Dicho esto, deberíamos reflexionar sobre en qué manos estamos, en qué plataformas vamos  depositando nuestros datos, en qué condiciones, absolutamente gratis, trabajamos todos los días para alimentar una máquina multimillonaria como Facebook, que paga en impuestos un millón de euros en España (aquí las críticas se las lleva Amancio Ortega, que es uno de los mayores cotizantes a la Hacienda pública española, aunque ese detalle siempre se les escapa a los ‘profesoreschiflados’ inventados por Monedero), mientras su sede en Europa se encuentra en Irlanda, en donde paga mucho menos. (Por cierto, a ver cuándo la UE se mete con los paraísos fiscales encubiertos, y legales, como Irlanda del Norte, Holanda y Luxemburgo, que aquí los pobres y los tontos siempre somos los del Sur).

Se podrían dar datos de las grandes tecnológicas norteamericanas –Google, Apple, Amazon, Microsoft- para demostrar de qué forma estamos consintiendo desde la Unión Europea unos grandes conglomerados moponolísticos, mientras en la UE hay una persecución permanente cada vez que hay una operación de compra o venta de una empresa o de un grupo empresarial.

Vayamos solo al ejemplo de Facebook, esa red social a la que nos unimos muchos. Simplemente para que tengamos en cuenta dónde estamos metidos y cuáles son sus intereses. Facebook es el propietario de Whatsapp (uno no quiere ni imaginarse la cantidad de datos que esta compañía tiene de cada uno de nosotros sólo con esas dos plataformas). Pero hay más: Facebook es la tecnológica propietaria de Instagram (¡qué fotos más bonitas suben millones de personas al día!). Y dueña de más compañías. Por ejemplo, Face.com, una empresa israelí que desarrollaba software de reconocimiento facial y que Facebook lo utiliza ahora para reconocer automáticamente los rostros de personas conocidas de cada usuario; Atlas, sobre gustos e intereses de usuarios; Snaptu, para la adaptación de Facebook a todo tipo de móviles; FriendFeed, para la actualización de tus redes sociales, blogs y otros servicios; patentes de Friendster, para uso de redes sociales; ConnectU, que fue, dicen, la red social inicial en la que se basó  Facebook…

Es lo que hay. Y ahora que cada cual elija lo que quiera hacer con sus datos.

Dos apuntes finales. The New York Times dio una imagen lamentable de España en un reportaje publicado el sábado para ilustrar un amplio informe sobre los efectos del confinamiento de los niños en nuestro país. El contenido era correcto, en base a una serie de consideraciones sobre los efectos de este largo encierro para los niños. Pero la aportación gráfica fue penosa, al ilustrarlo con un matrimonio (¿marroquí?, ella con su turbante a la cabeza, sentados en un minúsculo sofá) que “vive en un piso de Barcelona de dos habitaciones con una prima y sus gemelos de cinco años”.

En España, según los últimos datos oficiales, hay 5.904.938 niños de 0 a 12 años. The New York Times pudo tener a su disposición millones de fotografías de familias con menores con las que ilustrar ese informe y de paso dar una imagen de la España real, la de un país moderno, avanzado en tantas cosas –ya quisieran en Estados Unidos tener una sanidad universal y gratuita, sin distinciones de raza, color, sexo y creencias-, que nada tiene que ver con este traspié gráfico del extraordinario diario neoyorkino y que para nada hace justicia a España.

Oajalá en el The New York Times pudieran ver este trabajo de Los Adioses Escuela Musical, que dirige Olaya Esteban, dedicado a los niños, a los nuestros, a lo más cercanos. Avilés, Asturias, sin ir más lejos.

Y dos. Recibí ayer tantas peticiones para que diera a conocer el restaurante en donde comí los “mejores calamares fritos de mi vida”, ilustrado con una fotografía que se comentaba por sí sola, que me veo imposibilitado para responder a tanta demanda. Consultaré con el dueño del restaurante a ver si está dispuesto a ampliar el negocio, y por otro lado deberíamos ser conscientes de que tenemos que cuidar nuestras especies marinas y que calamares como esos deberían gozar de una especial protección.

Cuando salgamos de casa. Volveremos a las calles y seguramente nos vamos a fijar más en todas esas personas que tratan de ganarse la vida ofreciendo su arte para todos a cambio de unas monedas, de la voluntad. Espero volver a ver a este señor en su reducido espacio de la calle de La Cámara, de Avilés. Le escucharé con más atención y trataré de ayudarle mejor. (Fotografía: José María Urbano).

Ánimo.

Esto lo vamos a sacar adelante entre todos. #YoMeQuedoEnCasa

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Sobre el autor

José María Urbano, periodista, exjefe de Redacción de La Voz de Avilés-El Comercio. Columnista de este periódico. Jubilado. Este es un blog especial con fecha de caducidad. Nace a modo de diario de un jubilado confinado en casa, como la mayoría, por culpa de la crisis sanitaria del coronavirus, con el único objetivo de compartir alguna reflexión, alguna información y algún enlace que nos ayude a todos a sobrellevar esto de la mejor forma posible. Sin más afán que ese, huyendo a ser posible de la política y de la sobreexcitación informativa. Vamos a intentar pasarlo lo mejor posible. Curiosamente, este blog desaparecerá el mismo día que se decrete el final del confinamiento. Ese día nos iremos todos a la calle a celebrarlo