Reflexiones desde el #YoMeQuedoEnCasa
Día 16.
29 de marzo 2020
Hace cuarenta y seis años estuve alojado en Hoorn, a menos de cincuenta kilómetros de Amsterdam, en casa de un matrimonio jubilado que vivía confortablemente gracias a su pensión de profesores en una casa de dos plantas, con garaje, jardín y una sensación de bienestar que no podía causar otra cosa más que admiración en un español de veinte años que había salido por primera vez de su país. Cuando el uno de enero de 1986 se hizo efectiva la entrada de España en la Unión Europea pensé en aquel matrimonio extremadamente educado y acogedor como un buen modelo de lo que nos podía esperar a los españoles tras cuarenta años de retraso respecto a la mayoría de los socios europeos.
No podemos decir que nos haya ido mal en la UE, todo lo contrario. Buena parte de nuestra prosperidad y del estado de bienestar se lo debemos a ese club del que hemos obtenido cuantiosos fondos con los que construir un país moderno y convertirnos en lo que hoy somos, entre los quince primeros del mundo si acudimos al ranking del PIB. Bien es cierto que llegamos a estar mejor situados que hoy.
Nuestra entrada en la UE no estuvo exenta de críticas, que quizás ahora, con la perspectiva del tiempo, tuvieron su razón de ser. Nuestra economía sufrió en sectores como el de la industria y el campo, entre otros, y eso posiblemente lo sigamos pagando hoy en el modelo económico que tenemos. En cualquier caso, es incuestionable que los beneficios han sido muy importantes en todos los sentidos.
El problema de la UE viene dado fundamentalmente de que lo que fue una ilusión colectiva, nacida curiosamente de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA), no ha sido capaz de plasmarse en ese continente unido llamado a liderar el mundo. A medida que han ido pasando los años, la Unión Europea se ha visto incapaz de quitarse de encima el sambenito de la ‘Europa de los mercaderes’, y además lo ha hecho creando dos bandos como mínimo cada vez más marcados y más alejados: la Europa rica del Norte y la pobre del Sur. Una diferencia que se ha ido incrementando a medida que han ido desapareciendo los políticos que creían en ella y la fortalecieron -los Khol, Miterrand, Felipe González…- y ha mostrado su torpeza para dar una respuesta solidaria y eficaz a problemas como el de la inmigración o a crear ese frente común europeo que se plante ante esa incuestionable mayor preponderancia china y estadounidense. Un país totalitario y otro gobernado por un descerebrado egoísta: ahí está su America first.
En el caso de Asturias hemos asistido en los últimos meses a una nueva decepción al comprobar cómo la UE ha dejado pasar el tiempo antes de enfrentarse a una cuestión relevante: la lucha contra el cambio climático y las consecuencias que eso ha tenido. El hecho de que ni China, ni Estados Unidos, ni Turquía, Rusia, Brasil y tantos otros no hayan firmado el Acuerdo de París ha hecho que las normativas sobre los aspectos medioambientales hayan provocado una crisis de elevadas proporciones en nuestra industria, mientras la competencia desleal de esos países que no cumplen con las mismas exigencias campan a sus anchas en nuestros mercados, incluso los locales. El acero chino, como el turco, se ha enseñoreado de algunos almacenes cercanos.
La urgencia de una solución hizo que se pidiera a la Comisión Europea una respuesta rápida y decidida para establecer un ajuste en frontera, un impuesto a ese acero que llega a nuestros países sin cumplir la exigente norma medioambiental que aquí se aplica a todas las empresas en forma de pago por derechos de emisión de CO2, entre otros. La respuesta no solo no ha llegado todavía, sino que uno se asombra al constatar que en Bruselas siguen funcionando los lobbys por encima de los intereses generales y descubres que, por ejemplo, algunos de esos lobbys están trabajando para que no se establezca ese ajuste en frontera porque iría en contra de los intereses de la industria alemana, seguramente plegada a otros beneficios superiores con países como Turquía.
Y ahora, cuando según la canciller alemana Ángela Merkel el mundo entero, y Europa dentro de él, afronta con el coronavirus el “mayor desafío desde la II Guerra Mundial”, resulta que ella misma y Holanda se encargan de decirle a “los pobres del Sur” que se busquen la vida, que es una forma gráfica de resumir lo que sucedió el pasado lunes cuando se dio un portazo inicial a afrontar esta crisis de una forma conjunta y coordinada.
Holanda y Alemania quieren que países como España o Italia, que son los que más están sufriendo la pandemia, recurran a los mismos fondos que ya se pusieron a disposición de los países con motivo de la crisis de 2008, en donde cada miembro de la UE tenía que responsabilizarse individualmente de la devolución de ese dinero, lo que sirvió para la intervención de países como Grecia, o en el caso de España para dar paso a una crisis de la que todavía no nos hemos recuperado, aunque los datos oficiales digan otra cosa y los intereses de las grandes corporaciones hayan quedado a salvo, en ocasiones de una forma obscena.
La gran diferencia ahora, cuando España e Italia reclaman la figura de los eurobonos para afrontar esta crisis inesperada es que la deuda generada sea asumida por toda la UE como bloque, no por cada país como sucedió en 2008. Vamos a ver qué pasa en quince días, fecha de una nueva reunión de los líderes europeos, con la amenaza de veto de España e Italia, que en esta ocasión cuentan también con el apoyo de Francia y Portugal.
Hoy también me he acordado del matrimonio de Hoorn, mis adorables y generosos anfitriones de hace tantos años, pero en esta ocasión para comparar su extraordinaria acogida con el comportamiento actual de los dirigentes de su país, en realidad reflejo de la propia sociedad, como nos pasa a todos. ¡Quién nos lo iba a decir a los que siempre habíamos tenido a Holanda, lo mismo que a Francia, como un espejo en el que merecía la pena mirarse en nuestros anhelos de libertad y prosperidad!
Hoy en Holanda se ha abierto paso el nacionalismo, el populismo y tendencias políticas que nos recuerdan lo peor de la Europa que hemos estudiado y conocido. Al líder xenófobo Geert Wilders, del Partido para la Libertad, le ha sustituido Thierry Bandet, 36 años, de Foro para la Democracia. Un pijo euroescéptico, que aboga por cerrar fronteras, frenar la inmigración y proteger los valores autóctonos. El líder de una nueva extrema derecha que habla con naturalidad de “invasión musulmana” o que las mujeres son “biológicamente inferiores”. O que el viejo continente debe ser “predominante y culturalmente blanco”, y lo dice él, que tiene raíces francesas, indonesias e indias. Pero eso sí, toca el piano y puede salir en Instagram desnudo. Y este espécimen aspira a ser el jefe de gobierno de Holanda en 2021. ¡Pobre Holanda, pobre Unión Europea!
En esta tragedia que vivimos no hay palabras para explicar sin rabia, sin consuelo, lo que les está pasando a nuestros mayores, muchos de ellos en residencias y centros a los que no se puede acceder, a los que no podemos ver, con los que no nos podemos comunicar. Los primeros que están cayendo por efectos de esta pandemia. Ellos, que han sido los héroes de esta sociedad de privilegio que hemos heredado. Ellos, que vivieron en nuestro caso una guerra civil o la posguerra. Ellos, que con su esfuerzo sacaron al país adelante. Ellos, que supieron lo que fue la emigración a países como Alemania, Suiza o Bélgica, en donde el trabajo era “sangre, sudor y lágrimas” y que volvieron a casa con algo de dinero y con fuerza suficiente como para levantar este país.
Por eso, recordar todas estas cosas y comprobar que en pleno siglo XXI no hayamos aprendido en un continente avanzado como Europa, el primer mundo, dónde están las claves que dan sentido a nuestra vida es absolutamente descorazonador.
Ánimo
Esto lo vamos a sacar adelante entre todos. #YoMeQuedoEnCasa