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José María Urbano

Diario de un confinamiento

Día del Trabajo

Reflexiones desde el #YoMeQuedoEnCasa

Día 48. 

30 de abril 2020

 

El mundo celebra mañana el 1 de mayo, el Día Internacional de los Trabajadores, en conmemoración de los ‘Mártires de Chicago’, el grupo de sindicalistas que murieron a raíz de la huelga convocada en la ciudad industrial norteamericana el 1 de mayo de 1886 para reivindicar la jornada laboral de ocho horas.

El mundo, desgraciadamente, tiene que seguir celebrando el 1 de mayo como una jornada reivindicativa porque tras la Revolución Industrial no ha llegado la globalización para corregir ni las desigualdades –al revés, se han dado pasos atrás en algunos aspectos– ni la precariedad del empleo, en donde también ha sucedido lo mismo y en donde la amenaza de una mayor fragilidad está ya presente con esos trabajos que las grandes tecnológicas están utilizando para lograr beneficios multimillonarios que se van a unas pocas manos.

Cuando en ocasiones se leen algunos comentarios de gente trabajadora denostando a los sindicatos y pidiendo poco menos que su desaparición, uno no tiene por menos que extrañarse, no ya por esa petición (a la que se han unido los fascistas del último momento, aquí y en todas partes), sino por la facilidad con la que mucha gente confunde los abusos de unos pocos, que son indudables, con la labor ingente que hacen esos sindicatos y esos sindicalistas en defensa de los derechos de los trabajadores. Hoy, como en 1886. La Asturias minera y la Asturias industrial sabe bien de lo que se habla, así como otros sectores laborales.

Hace algunos meses, con motivo de una conferencia organizada por la Asociación Cultural La Serrana, planteé a los asistentes, a la hora de hablar de cuestiones como la robotización y la inteligencia artificial, la siguiente pregunta: ¿Por qué trabajamos gratis para grandes tecnológicas como Facebook, Instagram, Google, Twitter, Amazon…, que suman beneficios multimillonarios para sus propietarios y accionistas y que cotizan en paraísos fiscales ‘legales’, suponiendo que no lo hagan en otros ‘ilegales’? ¿Por qué colaboramos a la creación de los conocidos ya como ‘trabajos fantasma’?

Mary L. Gray, antropóloga e investigadora en Harvard, se encarga de investigar lo que ella llama los ‘trabajos fantasma’, aquellos que se hacen online, contratados sobre todo por los gigantes de Internet. Se calcula que solo en Estados Unidos y en Europa trabajan así 25 millones de personas para aclarar las cosas que no detectan la Inteligencia Artificial y los algoritmos. Gente pegada a su ordenador, en su propio domicilio, conectada a una serie de redes y algoritmos a través de los cuales ayudan a resolver las dudas que no detectan las ‘máquinas’.

Gente que ya forma parte de ese ejército de personas que figuran como ‘trabajadores’ a efectos de las estadísticas, pero que desempeñan una labor en condiciones precarias, mal pagadas, sin derechos de ningún tipo, sin Seguridad Social, sin sanidad, sin nada… Y encima, para que nos entendamos todos, pagarán la cuota de autónomos de su bolsillo.

¿Este es el nuevo mundo de la globalización? ¿Quién defiende a estas personas?

Estamos atravesando una pandemia sanitaria que camina, afortunadamente, hacia la salida, trágica, de un túnel en el que llevamos metidos casi cincuenta días. Y nos empezamos a encontrar con otra pandemia, la económica, que amenaza a millones de personas con la incertidumbre del mañana, mientras el mundo, y dentro de él este país, asiste incrédulo al comportamiento general de una clase política sin líderes que se ha mostrado incapaz de unir sus fuerzas para tratar de minimizar en lo posible los efectos de una crisis que nos devuelve, según coinciden todos los análisis, a la Segunda Guerra Mundial.

Sería injusto no reconocer el esfuerzo que ha hecho el Gobierno de este país, el Gobierno del PSOE y de Unidas Podemos –es alucinante que ahora haya que apostillar que es un Gobierno elegido democráticamente– por tratar de socorrer desde el primer momento en que se declaró el estado de alarma a todos los ciudadanos, a todos sin excepción, empresarios y trabajadores, familias enteras, personas mayores, gente fuera del sistema, sin que a la hora de la toma de decisiones hayan influido esos parámetros a los que nos acostumbramos en anteriores crisis, como la de 2008, en donde primaban aspectos como el déficit público, el nivel de endeudamiento y todas esas cuestiones que enseguida ponen encima de la mesa precisamente los que siempre se distinguen por velar por sus propios intereses. Y los que siempre han salido ganando y los que lo van a seguir haciendo también ahora. Lo comprobaremos.

Dicho esto, hay otra reflexión que nos lleva a no perder de vista cuál es la estructura económica y social de nuestro país. Y de entender que pagamos ahora las políticas que convirtieron la gran  industria en un negocio privado mayormente que sólo sirvió para que cayera en manos de grandes conglomerados empresariales o directamente en multinacionales. Como hasta 2008 todos ‘éramos ricos’, gracias a aquella disposición de los bancos, que daban créditos para el piso, los muebles, los electrodomésticos y el coche tope gama, se nos ‘pasó’ de forma inadvertida que a la burbuja de la construcción le siguió la del turismo y los servicios.

Y ahora comprobamos que a la hora de afrontar una exigencia económica descomunal para cubrir los gastos de este ‘rescate’ que se intenta para no dejar a nadie colgado, nuestro país no es Alemania, ni Francia, ni Holanda, ni los países escandinavos. Y que ni siquiera políticamente sabemos estar a la altura para parecernos a lo que se está haciendo en Portugal, por ejemplo. Las medidas del Gobierno, en general acertadas, pero que se ha equivocado en ocasiones, que ha improvisado en otras y que ha comunicado casi siempre mal –y que encima se encuentra solo ante una oposición infame que ya no engaña a nadie– provocan cada día la respuesta airada de sectores enteros que reclaman soluciones para sus negocios. Y ahí empieza el pim, pam, pum.

Se defiende un día la industria y su importancia clave en la estructura y en el futuro de Asturias y va a salir alguien diciendo que siempre se defiende a los grandes, nunca a los pequeños. Un error de apreciación que se cae por su propio peso. Primero, que no es cierto y a los hechos habrá que remitirse en una región que otra cosa no, pero ir de terrazas y de restaurantes, de ‘findes’ y de fiestas varias lo llevamos en el ADN regional.  Y segundo, sin industria, sin empleo bien pagado, sin funcionarios, sin pensionistas… sin dinero que corra, no hay servicios. Se mantendrán los servicios básicos, los de la alimentación, las medicinas, la ropa…, pero lo que entendemos como servicios de ocio, los restaurantes, los bares, los viajes, los hoteles, y también la cultura desgraciadamente, siempre serán los que paguen las crisis del bolsillo corriente cuando éste esté amenazado o simplemente cerrado.

Sin una  economía potente, sin una industria que conlleve inversiones, modernización, I+D+i, internacionalización y crecimiento no habrá dinamismo en las ciudades y en la decadencia de esas poblaciones el debilitamiento del comercio y los servicios será imparable. ¿Acaso no hemos observado algo de esto desde 2008?

El problema de este país reside hoy en mantener en pie un sector, el hostelero, que es básico para la economía y el empleo y además sostén del turismo, que es clave para España. Un estudio de este mismo mes realizado por Bain&Ernst Young, bajo el título ‘Impacto Covid 19 en hostelería en España’ aporta una serie de datos que hablan por si solos.

El sector de la hostelería aporta el 6,2 por ciento el PIB de España, da empleo a 1,7 millones de personas y factura 124.000 millones de euros al año. Tiene una estructura frágil y vulnerable, muy fragmentada, con 314.000 empresas de restauración y alojamiento, con un 70 por ciento de menos de tres empleados. Tiene unos márgenes de beneficios muy bajos y poca liquidez: el 50 por ciento aguanta apenas un mes de gastos operativos fijos.

Y se sostiene, de ahí el dato anterior sobre la importancia del empleo industrial y otros, gracias a que los hogares españoles destinan el 15 por ciento de su renta a gastos en restaurantes y bares, nada menos que el doble que la media de la Unión Europea y el triple de Alemania.

Por eso, la pandemia del coronavirus va a exigir un esfuerzo importante de este sector en estos primeros compases de la vuelta a la normalidad para ganarse la confianza del cliente en un aspecto que hasta ahora no había originado ningún problema: el de la seguridad sanitaria. Sin esa seguridad, garantizada al cien por cien, muchos establecimientos van a tener problemas. Y supongo que los profesionales del sector no serán ajenos a las conversaciones habituales de estos días, en las que las familias, los amigos, coinciden en que la vuelta a esas terrazas va a poder esperar hasta que todo se normalice, sin que eso en ningún caso vaya en detrimento de esa ola de solidaridad que sin duda van a tener los hosteleros, lo mismo que los comerciantes.

A última hora de la tarde, ya bien entrada la noche, nuevo jarro de agua fría sobre la situación de ArcelorMittal. Ayer hubo una nueva reunión de los sindicatos con la dirección de la empresa para debatir sobre el ERTE que ha anunciado la multinacional por causas económicas y productivas. Como se sabe, la multinacional siderúrgica ha venido utilizando un ERTE abierto desde 2009, que fue negociado en su día, pero que ahora no le sirve porque con este no conseguiría los objetivos de ahorros que pretende con ese nuevo expediente al que quiere subirse aprovechando la crisis económica originada por la pandemia del coronavirus.

Rechazo sindical total a la propuesta de la empresa, que ha amenazado con la suspensión de inversiones, con el despido de 50-100 trabajadores y deja en el aire la reanudación de una parte de la actividad. La sesión fue calificada por la sección sindical de CC OO con una palabra: chantaje.

Apelaba ayer en este diario al Ministerio de Industria y al Gobierno regional para que respondieran sin dilación al problema planteado por ArcelorMittal con este nuevo e inesperado planteamiento y con la situación creada en la venta y ‘reventa’ de las plantas de Alcoa de Coruña y Avilés.

No sé si si les servirá de algo a Industria y al Principado: ayer corrió por la planta avilesina, y supongo que también por la coruñesa, una documentación, con un vídeo incluido, en el que se daba cuenta de los problemas con la Justicia de alguno de los integrantes del equipo de Riesgo, la empresa que compró a Parter el 75 por ciento de las instalaciones de Alcoa citadas, haciéndolo además a través de una sociedad con sede en Ucrania.

Habrá que insistir: tomen medidas antes de que sea demasiado tarde.

Mientras tanto, celebremos mañana el Primero de Mayo para reflexionar que el mundo no ha cambiado en algunos aspectos que tienen que ver con las personas desde aquel 1 de mayo de 1886 en el que los derechos de los trabajadores se consiguieron en Chicago a costa de la vida de algunos sindicalistas.

 

Cuando salgamos a la calle. A punto de iniciar la ‘normalidad’, de momento a solo un kilómetro de casa, el paseo de la ría se convertirá a partir del sábado en uno de los puntos de encuentro de los avilesinos, aunque haya que mantener las distancias.

Ánimo.

Esto lo vamos a sacar adelante entre todos. #YoMeQuedoEnCasa

 

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Sobre el autor

José María Urbano, periodista, exjefe de Redacción de La Voz de Avilés-El Comercio. Columnista de este periódico. Jubilado. Este es un blog especial con fecha de caducidad. Nace a modo de diario de un jubilado confinado en casa, como la mayoría, por culpa de la crisis sanitaria del coronavirus, con el único objetivo de compartir alguna reflexión, alguna información y algún enlace que nos ayude a todos a sobrellevar esto de la mejor forma posible. Sin más afán que ese, huyendo a ser posible de la política y de la sobreexcitación informativa. Vamos a intentar pasarlo lo mejor posible. Curiosamente, este blog desaparecerá el mismo día que se decrete el final del confinamiento. Ese día nos iremos todos a la calle a celebrarlo