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Daniel Castaño

El desván de los ñoños

El Despertar de Los Ñoños


Así es gente que no está, se siente, podría decir que despierto para hacer una prueba y ayudar a un colega, pero la verdad no vende aún cuando es muy de ñoños admitirla, aunque sea de mentira. Mis ñoñerías no le importan a nadie, por eso las coloco aquí donde nadie las ve; a la mitad de la depravada gente de internet que no está no le gustan los ñoños y el otro noventa por ciento no sabe lo que significa o no identifica su carácter repetido, así que estamos en paz. El despertar de los ñoños es de facto pueril, inapreciable, prescindible, de ser algo sería innecesario pero apenas llega a tener esa capacidad, viene a ocupar un espacio que no existe, nadie a pedido que despertemos, ningún referendum de segunda someterá jamás a juicio tal demanda y sin embargo los ñoños despiertan del letargo, bajan su voz y susurran sin viento que la hora a llegado o por lo menos a y cuarto llega. La sociedad no puede arrinconarnos si no nos importa que nos arrincone, no está en la onda el ñoño pero nos da igual, reivindicamos sólo la capacidad de autonegarnos de la manera que queramos. Este ñoño que despierta dibuja y escribe ñoñerías que no importan y las encierra en un desván inundado donde el agua distorsiona la realidad y la contorsiona hasta el punto de hacerla adolecer de sí misma, escapar de lo que significa y reirse de lo que pretende. Aquí reina la realidad del ñoño, bienvenidos a la república. 

Sobre el autor

Por si a alguien le importa lo bastante como para reclamar, aquí presento las señas: Daniel Castaño, ilustrador, dibujante de cómics, humorista gráfico, farolero y ñoño practicante. Nací en el sur, allá abajo de casi todo, en un lugar tan chico como bien lindo al oriente de su homónimo cauteloso. Asturiano por parte de mi padre Aniceto y gallego de mi madre Amalia, adoptado por la tierrina hace tanto que ni me acuerdo. Estudié en la Escuela de Arte de Oviedo, y trabajé algunas veces aquí, en El Comercio, y algunas veces allá, en Gráficos y otros sitios perecederos. Ahora tengo treinta y unos cuantos, aunque me gusta aparentar que no me importa aparentar bastante menos de lo que me gustaría. En realidad allá por los 16 encontre mi cima, creo. Con eso y con todo me paso la vida dibujando. De chico pensaba que para cuando tuviera edad de merecer, podría ver los frutos de mi inversión en tanto tiempo perdido entre dibujos. Perdido, que no añorado. Cuando llegue a esa edad, se lo cuento.


mayo 2006
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