El día 15, me tropecé en Cangas con un amigo que había venido al Carmen y me contó que le había sorprendido y divertido el Desfile de Peñas del día anterior. Sabiendo lo desorganizado que puede parecer a los de afuera (y a los de dentro, incluso), le expliqué que no pretendíamos emular una parada militar y que nos gustaba así, distendido, aunque con cierto orden dentro del caos. Pero, no, su sorpresa provenía de la cantidad de participantes y lo bien que lo llevábamos y nos llevábamos a pesar de los inconvenientes. Y tenía razón, metidos como estamos en este ambiente, no somos conscientes de los atípico que resulta para los foráneos.
Cangas, con una población de 12.000 habitantes bastante envejecida, cuente con cuarenta peñas, alguna con poco más de veinte socios, otras, casi doscientos; más de dos mil personas en total. La casi totalidad de las tiradas pirotécnicas que hacen únicas las Fiestas del Carmen y la Magdalena, incluida La Descarga, están sufragas enteramente por las peñas o la Sociedad de Artesanos sin aportación de dinero público. Esto por sí solo, ya sería suficiente para dar idea de la importancia del fenómeno. Pero, para comprenderlo, hay que ir más allá de los simples números, hay que buscar el factor humano que está detrás.
Para que, en estos tiempos de insolidaridad y egoísmo, un grupo de amigos y/o amigas trabajen todo el año para su tirada, planifiquen, se reúnan, discutan, paguen cuotas, vendan lotería e inventen otras formas de sacar dinero para poder superarse en cada edición, hace falta un sentimiento muy fuerte. El pegamento que une las peñas, el que las hace crecer y multiplicarse, está formado por recuerdos felices de infancia y juventud con nuestros colegas, por las enseñanzas que recibimos de los mayores y por un amor a tu tierra chica y a sus tradiciones que, lejos mermar con la distancia o el tiempo, se hace más fuerte cada día. Eso es lo esencial y todo lo demás es luz y sonido.