El verano es tiempo de muchas idas y vueltas y siempre nos recomiendan paciencia y prudencia durante las operaciones salida y retorno. Sin embargo, a otras dos operaciones de ida y vuelta que hay también por estas fechas y que afectan a gran cantidad de gente, la Operación Bikini y la Operación Reconquista, no se les presta la misma atención.

La primera, suele comenzar a finales de primavera. Un día nos levantamos, nos miramos al espejo y nos percatamos de que la relación entre nuestro perímetro y nuestra altura no es nada favorecedora e imágenes de nosotros mismos moviendo la tripita por la playa llenan nuestras antaño plácidas siestas de pesadillas. Entonces, nos compramos unas deportivas, empezamos esa dieta milagrosa que nos recomendó un conocido (gordito, como nosotros, aunque eso no nos hace perder la fe) y nos lanzamos al forraje y el trote cual percherones en víspera de carrera.

La segunda comienza quince días después, justo al terminar la primera, cuando las tardes libres e interminables nos recuerdan todas esas promesas que hicimos a nuestros amigos. ¿Y, seamos serios, quién en este país queda para ir a una exposición o para correr unos kilómetros? No, los apresurados encuentros callejeros entre colegas terminan siempre con un: “Tenemos que quedar un día para cenar”; o con un “Tenemos que salir una noche a tomar unas copas”. Pues, como gente de palabra que somos, ahora toca cumplir.

Así, cuando llegue el otoño, tantas mesas y sobremesas compartidas nos habrán permitido reconquistar la vida social y el espacio personal perdidos, añadiéndoles, probablemente, un poquito más a ambos. Nos habremos vengado de todos aquellos cabritos que nos mandaron fotos de cuchipandas cuando estábamos pasando hambre mandándoles fotos de las nuestras y nos sentiremos en paz con el mundo. ¡Ah!, y no me digan que la carne es débil, no es cierto. La carne es fuerte, especialmente, los chuletones. Los que son débiles son nuestros propósitos de enmienda que, a propósito o no, reenmendamos en cuanto nos ponen el plato delante.