Allí donde la tierra se termina y el horizonte se confunde con el mar… Allí donde las gaviotas revolotean acompasando su vuelo con el paso del viento… Donde brota una maraña de culturas, idiomas, razas y religiones,.. Se alza un lugar mágico y repleto de leyendas. Un lugar al que hay que ir una vez en la vida y en el que no solo los peregrinos logran poder descalzarse y descansar sus fatigados pies. Turistas, curiosos, … Se trata de un imán universal. Una lengua de tierra que se adentra en el agua y que envuelve al visitante atrapándole con su ancestral historia. En esta ocasión, nos vamos en moto hasta uno de los lugares más visitados de nuestra vecina Galicia: Fisterra, o lo que es lo mismo, el fin del mundo.
Siempre he sido una persona que no razona mucho las cosas… No me paro a pensar mucho en el qué sucederá ni mucho menos me importa saber dónde estaré mañana porque ni siquiera sé dónde estaré hoy. Me levanto sin saber muy bien a dónde ir pero lo que sí tenía claro es que, esa mañana, quería viajar en moto. Poca ropa en las maletas y, bajo el casco, una sonrisa de oreja a oreja simplemente por el hecho de poder salir a explorar con mi “Trailera”. Qué poco cuestan las cosas que nos hacen felices, la verdad,… No fue hasta que llegué al municipio de Cedeira, en A Coruña, cuando decidí ponerme en contacto con tres moteros de la zona para comunicarles mi decisión de acercarme hasta Finisterre y sugerirles que, si les apetecía, podrían acompañarme(aunque finalmente, no solo me acompañaron, si no que fueron ellos mismos los que me llevaron hasta ese lugar tan especial). Mi primera parada la haría en un precioso Santuario con vistas al mar, San Andrés de Teixido del que dicen “vai de morto quen non foi de vivo”. Y como bien dijo mi amigo Cristalines GS( autor del blog “Rodeando en moto y más” )en uno de sus comentarios: “me pido vivo” porque ese era el momento y no había que esperar más.
Unos 12 kilómetros separan Cedeira de San Andrés y será, primero, la DP-2204 y, posteriormente, la DP-2205, las que nos lleven hasta tan fascinante lugar. Su trazado angosto, pero de renovado asfalto, me permitió disfrutar de mi moto metro a metro, en un recorrido que me llevó por la Serra da Capelada en la cual podemos disfrutar no solo de una estupenda ruta de miradores(Chao do Monte, Carrís..), sino también de los acantilados de Vixía Herbeira, que con sus 620 metros de altura, se convierten en unos de los más altos de Europa.
San Andrés me recibió silencioso, sin multitudes, sin viento,….. Sin embargo, parecía que alguien ya se había percatado de mi llegada….
Desde lo alto, una impresionante panorámica del Santuario y del pueblo en el cual nada parecía desentonar, excepto yo…. Sus casas, pintadas de blanco , encajaban como un puzzle en un escenario sin igual.
Y frente a mí, unas vistas que dejaban sin palabras a cualquiera,…..
La puerta estaba abierta,…Solo tenía que entrar,…
Pocas veces un lugar tan reclamado habrá estado tan solitario como esa mañana… Lo cierto es que era de agradecer para alguien que, como yo, huye del barullo. No me voy de allí sin comprar un pequeño detalle para una persona muy especial: Finita, de Nembra, pudiendo así ir completando su nevera repleta de imanes. Seguro que ninguno como este….
El fuerte viento me acompaña en mi llegada hasta A Coruña. Allí, el punto de reunión con Paco Seoane, un motero muy conocido y, lo que es más, muy querido en este mundo de las dos ruedas, estaba próximo a un supermercado. Su aplaudida labor solidaria en numerosos eventos moteros le ha llevado a ser considerado todo un icono y es que, como yo digo, en una sociedad como la que nos ha tocado vivir y en la que cada cual mira para sí mismo, el encontrarse personas que ayudan a los demás es todo un lujo. Y yo he tenido la gran suerte de haberme encontrado con él. Un tímido saludo y de entre los coches, aparece una figura pequeñita y peludina. Sí, habéis acertado. Es Coco, o más bien como diría Paz Louzao, la mujer de Paco, para quien solo tengo palabras de agradecimiento por el excelente trato recibido durante mi estancia en su casa, el “señor Coco”, que a sus 12 años es todo un auténtico personaje muy conocido entre los moteros.
Estamos en diciembre pero la agradable temperatura invita a dar un paseo cerca de la ría y,..¿por qué no?echar de comer a los cisnes, aunque desafortunadamente, en esa ocasión sólo pude ver a uno y alguna que otra oca envidiosa. Fue Paz quien me aseguró, fotográficamente, que “haberlos,..haylos”…
La noche se cierne sobre la ciudad y un mensaje de Mercedes, otra motera de la zona, suena en mi teléfono. Nos estaba esperando sobre su Honda en un bar muy cerquita de donde nos encontrábamos. La buena conexión en el grupo fue instantánea. Nos reímos, continuamos riendo y acabamos riendo. Al fin y al cabo, de eso se trataba, de pasar un buen rato y los objetivos llegaron a superarse con creces, sin ninguna duda. No tardó en unirse Carlos, que al dia siguiente no podría acompañarnos con su BMW por cuestiones laborales, y acabamos siendo siete personas unidas por una afición: la moto. Incluso Bego y Nando, a quienes no conocía con anterioridad, se unieron no solo a nuestra mesa, sino que también quisieron formar parte de la ruta que nos llevaría hasta el Fin del Mundo.
A la mañana siguiente, día de Nochebuena nada menos, y tras las fotos de despedida en casa de Paco y Paz, nos despedimos de A Coruña rumbo al infinito.
Su África Twin deslumbraba no solo por su belleza, sino por sus colores, que, personalmente, me encantan. Detrás, mi pequeña “Trailera” se preparaba para rutear por nuestras vecinas tierras gallegas y yo, como una niña, en lo único que pensaba era en poder avistar el faro de Finisterre. En Carballo nos esperaban Bego y Nando con sus monturas y, haciendo este último de guía, bajamos hasta Caión, un pequeño pueblo costero con una situación privilegiada. Lo cierto es que estar rodeado por el mar, siempre lo es.
Junto a nosotros, se alzaba el Santuario dos Milagres, en el cual se celebra cada 8 de septiembre la principal romería del Ayuntamiento de A Laracha, contando con un gran prestigio en el norte de la provincia de A Coruña y que ha llegado a ser declarada de Interés Turístico de Galicia.
Con vistas a la playa de As Salseiras, entablamos una amena conversación sin darnos cuenta de que el tiempo pasaba más rápido de lo esperado y que aún nos quedaban unos cuantos kilómetros para alcanzar nuestro objetivo. Y es que cuando se está bien, los minutos parecen avanzar más rápido de lo que debieran.
Siguiendo la rueda de Nando olvidamos el GPS y nos dejamos llevar. Por fin, el mar,…. Y por fin, Finisterre. Un vacío y amplio aparcamiento, algo bastante inusual para el lugar en el que estábamos, servía de mirador. Hacia un lado,…
Hacia el otro…
Hasta el infinito y más allá llegaban nuestras miradas y allí quedamos, simplemente observando, sin dejar de hablar, sin dejar de ser meros espectadores…
Aunque pronto me percaté de que no éramos los únicos que disfrutábamos de las vistas,..
Ante tal inmensidad era imposible no sentirse diminuto,…
Y mucho menos, querer perder detalle de un “yo estuve aquí”,…
Y es que estábamos rodeados de leyendas, de historias, de magia,… De Finisterre al mundo podríamos decir y no tendríamos pérdida con tanta señal que nos guiara,..
Los romanos pensaban que aquí se acababa el mundo(era el “finis terrae”). Y bien sabido es que desde este punto se observan unos atardeceres espectaculares, los cuales no tuve la ocasión de disfrutar pero que serán un reclamo sin lugar a dudas para que vuelva a este lugar en el que no falta la mención a algún que otro ilustre personaje.
Y seguimos fotografiando,…
15:15 horas de la tarde y aún me quedaba un largo camino que recorrer. Entre risas y un “quédate en nuestra casa” me despido de mis compañeros de ruta y del Fin del Mundo. Espero no volver a tardar tanto en regresar a este lugar y mucho menos en volver a ver a Bego, Nando y Paco. Si están dispuestos..¡Nos veremos en la carretera!.