Por María de Álvaro:
Le conocí ya anciano en su casa de Delicias. Refunfuñando y riéndose casi al mismo tiempo, como sólo refunfuña y se ríe quien tiene en alma limpia, quien sabe que estar aquí ya no es más que un regalo, porque todo lo que tenía que hacer está hecho.
Mariano era zapatero. O lo había sido. Y entretenía sus días trabajando sin trabajar. Arreglando sin arreglar todo lo que caía en sus manos. Protestando sin protestar. Porque cuando uno es feliz de verdad sólo protesta por lo que no tiene importancia. Y además no le importa.
Mariano era zapatero y se ha ido sin conocer a Manolo Blahnik. Menos mal. Se ha ido siquiera sin saber qué son unos ‘manolos’ y mucho menos cuánto cuestan. Si llega a enterarse, si se llega a tropezar un día con Blahnik en uno de sus paseos, le hubiera mirado desafiante y le hubiera espetado una de sus frases lapidarias: ”Estos son los típicos zapatos para el que no le gustan los zapatos”. Y tendría más razón que un santo.