Por María de Álvaro:
El domingo, como manda la tradición, comí paella. Tenía una gamba en la boca cuando decubrí que comer paella ya no es lo que era. Qué va. Ahora cuando uno come paella de paso está reivindicando que es español ‘se ofenda quien se ofenda’. Había tragado ya la gamba cuando hurgando en la cáscara de una almeja se me ocurrió que no podía estar tragando tan tranquila el plato nacional pensando que una vez fui a un colegio que luce al lado de la puerta un monumento un tanto facha. Pero respiré después al darme cuenta de que ya no estaba en la avenida de Fernández Ladreda, si no en la de la Constitución. Y menos mal, porque si no le llegan a cambiar el nombre a tiempo igual se me atraganta un grano de arroz.
En fin, que luego, volviendo a casa, pasé por delante del McDonalds y me entraron unas ganas terribles de advertirle al personal que se estaba envenenando. Y me dio también por llamar a un amigo que vive en la calle División Azul para rogarle que cambiara urgentemente de casa.
Se está haciendo tan difícil comer paella en este país. Incluso para mí, que no había nacido cuando murió Franco. O sí, pero, la verdad, no me acuerdo. Lo siento.