Por María de Álvaro:
A Boris Izaguirre no le han dado el Planeta igual que a J. K. Rowling no le dieron el Príncipe de las Letras. Boris Izaguirre es finalista del premio más discutido y mejor pagado de España y la madre de Harry Potter se tuvo que conformar con el Príncipe de la Concordia, que viene a ser como el Nobel de la Paz. O sea, el único al que puede aspirar casi cualquiera. Henry Kissinger, Yasir Arafat, Super Gore… No digo más.
Confieso que jamás he leído nada de Boris, ni tampoco he tenido el gusto de encontrarme con el mago repelente. Desconozco la calidad literaria de ambos, igual que desconozco muchísimas calidades literarias, pero, en principio y teniendo en cuenta que el número de libros que me quedan por leer supera con creces los días que me quedan por vivir –así llegue a los 150 años– no tengo gran interés en llevarme a ninguno de los a la cama. A sus libros, se entiende.
El caso es que protesto. Y protesto porque esta vez, como la anterior, me ha dado la sensación de que los señores del jurado están tirando la piedra y escondiendo la mano. Populares pero cultos. Pobres pero honraos. Sí, pero no. Y eso no se vale.