Por María de Álvaro:

De siempre me ha llamado la atención el mundo del complejo turístico, sobre todo por complejo. Vacaciones hay de muchos tipos, casi tanto como gustos, pero se me hace extraño que, así de mano, a alguien le apetezca ir «al mayor balneario de agua salada del mundo con capacidad para 10.000 personas masajeándose a un tiempo». Pero efectivamente hay a quien le apetece. A esos 10.000 del masaje, sin ir más lejos.

Viene esto al caso de la Ciudad de Vacaciones de Perlora, que resulta que nos la van a convertir en una especie de Marina D’Or a la asturiana. Se desconoce, de momento, si con Anne Igartiburu incluida. Y yo, inocente y falta de prejuicios, espero que la cosa vaya bien, más que nada porque la cosa cuesta 83 kilos y el Principado –o sea usted y yo– pone el 20%. En resumen y para los que, como servidora, no se aclaran con los números, ahí va un cálculo casero: 13.000 millones de pelas en total, de los que casi 3.000 correrían a cargo de la afición, también llamada ciudadanía.

Otro tema es que tenga fe en el futuro de Perlora D’Or. Primero porque, como bien es sabido, la fe es un don que nos viene dado –vamos que se tiene o no se tiene sin que medie voluntad– y, segundo, porque yo creía que aquí el turismo era de paraíso natural, no artificial.

Solo un ruego, la Igartiburu que no venga, por fa.