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Cuesta abajo (y arriba)

Por María de Álvaro:

Toda la vida se dijo que lo mejor de esquiar es quitarse las botas al final del día. Y es cierto. Lo es incluso cuando te las quitan un par de ‘mires’ en la sala de urgencias de la estación mientras vas viendo las estrellas. Una a una. Como en fila.

Resulta esto de esquiar un deporte extraño. Incómodo, para empezar a hablar. Un deporte que empieza tan temprano que podría resultar hasta de mala educación y con los elementos imprescindibles para su práctica (léase esquís) cargados sobre los hombros. Parece la llegada al telesilla de primera hora una especie de procesión al calvario, llena de mártires bamboleantes, porque caminar con los pies llenos de ganchos es como hacerlo con los tacones de tu madre con cinco años recién cumplidos. O sea, poco estético y, sobre todo, complicado.

Luego está subirse en la silla montaña arriba e inmediatamente después, ya por fin, bajar. Se abren ahí numerosas posibilidades, que, como la depresión, pueden ser endógenas o exógenas. Entre las primeras, entra en juego si despertaste ya o no, si el resto del año te mueves para algo más que para presionar el mando a distancia, si vas solo o acompañado, si llevas música y, sobre todo, qué música… Lo que ya no depende de uno es más difícil de controlar, claro. No es lo mismo esquiar con viento que con sol, con nieve blanda que con nieve dura, en superficie plana o pendiente… Porque sucede, cuando esquias, como cuando respiras, que puede pasar de todo. Hasta puedes dejar de hacerlo, aunque en el caso de esquiar es menos grave. Ni te pones morado ni nada.

Precisamente en esas estoy yo desde que ayer un amable montículo de nieve blanda se encariñó con mi esquí e hizo gritar ‘crack’ a mi rodilla. En esas estoy desde que probé una nueva forma de tirarme montaña abajo, en camilla y ambulancia, que ya me aburría de bajar siempre igual.

Y tengo el portátil encima de la pierna inmovilizada y ya estoy segura de que volveré a picar. Volveré a madrugar, a subirme los esquís al hombro, a pasar frío en la silla, a hacer la primera de la mañana durmiendo… A lo mejor es sólo por sentir la sensación de quitarme las botas al final del día. O a lo mejor es que esquiar va a resultar ser como enamorarse de un cretino/a. Por advertido/a que vayas, vas, disfrutas y luego ya te la pegas. Pero no importa. Tú querías ir y fuiste. ¿Y no es de eso de lo que se trata?

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