Por María de Álvaro:
Nunca me gustó el poker descubierto. A lo mejor porque me va el misterio. A lo mejor porque cuando se destapan cartas se hace difícil mentir. Y a mí lo que me gusta del póker no es llevar buenas cartas, es tirarme faroles. Cada cual tiene sus perversiones y ésta mía es de lo más inocente. Más que nada porque una cosa es que me guste tirarme faroles y otra cosa que sepa y que no se me note en la cara.
Me pasa un poco como a los redactores del Estatuto de Autonomía. O sea, que disimulo fatal, y ellos, peor. Porque mientras el vulgo se pregunta –nos preguntamos- para qué nos va a servir la ‘leyina de leyes’, ellos ya lo tienen claro y encima nos lo cuentan: para aumentar el número de diputados. Y esto es como dejar en manos de un niño de 10 años la decisión de cuántas chucherías se van a meter en la piñata de su cumpleaños. Que miedo estoy pasando.