Decía no sé quien que la felicidad consiste en tener buena salud y mala memoria, y yo estoy de acuerdo, aunque sólo a medias. Sólo a medias en lo de la memoria, naturalmente, porque creo que para olvidar, como para casi todo, no hay nada como la voluntad. Nada como olvidarse de algo conscientemente y porque quieres, no por que el cerebro te haga solito el favor. Que lo que se olvida queriendo, se olvida de verdad. Y lo que no, suele quedarse ahí para siempre. Como acechante.

Me he acordado de todo esto esta misma mañana al leer que Garzón quiere poner nombre a todas las fosas comunes de la Guerra Civil. Porque yo con esto de la memoria histórica también estoy de acuerdo sólo a medias. Porque a mí que una plaza se llame Generalísimo Franco y luzca estatua ecuestre en todos sus medios, la verdad, parece que me molesta, pero también me molesta que se pretendan barrer de un plumazo 40 años de historia. Por más negra o marrón que haya sido. Y mucho más que se enquisten los odios. Vengan de donde vengan.

Lo de poner nombres a las tumbas ya es otra cosa. Todos tenemos muertos y todos hemos ido alguna vez a verlos y hasta a hablar con ellos. Y nadie piensa, yo por lo menos no lo hago, que los muertos de uno estén ahí metidos en esas cajas o en esas urnas, pero, no sé, parece que da cierta paz tenerlos localizados. Aunque sepamos que no viven en ningún cementerio.