Camino de los Hamptons y en pleno atasco como sólo se atascan los coches cuando siete carriles se convierten en uno para pasar por un túnel, algo que en cualquier parte del planeta se llama burrada y aquí “motivos de seguridad”, me cuenta Michael que en USA en otoño no va a haber elecciones. Como estamos parados suelto el volante y le miro con cara de susto y le pregunto si la Palin dio ya el golpe de estado y yo, de tanto hacer el turista hortera, no me he enterado. Pero Michael, neoyorquino y hombre paciente como pocos, se explica. Resulta que lo que va a haber aquí en otoño es una prueba de inteligencia. Eso dice mi copiloto ocasional, camino de los Hamptons, que las próximas elecciones van a ser una prueba de inteligencia para todo el país, porque “como no cambiemos esta vez de gobierno demostraremos que somos realmente idiotas”. Y justo después se enfrasca en explicarme las diferencias entre Burger King y McDonalds. O sea, que seguimos hablando de filosofía pura. Y así atravesamos primero Brooklyn y después Queens y después Long Island, hasta que llegamos a uno de los últimos paraísos no explotados de este país que es como un mundo. Y al bajar del coche yo le digo que me quedaría a vivir en los Hamptons y es entonces cuando me enseña una especie de chamizo de madera entre mansiones tipo Falcon Crest. Y me pregunta, “¿Ves esa casa?”. “Sí, que horror”. “Pues cuesta medio millón de dólares”. Pues vale. Pues no me quedo a vivir en los Hamptons. Total, tampoco me iban a dejar votar…