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La luz de Rosa

Se llamaba Rosa, tenía 81 años y poco más. Tan poco que hacía dos meses que vivía a tientas, como Ángel González pero sin gramo de poesía. A Rosa le cortaron la luz por no pagar las facturas. El resto, lo sabemos todos, y lo olvidaremos enseguida para seguir con nuestras vidas. Tranquilos. Su caso ha ocupado esta semana páginas de periódico, minutos de radio y televisión, pero se esfumará más rápido que el último escándalo de corrupción para dar paso al siguiente. Si cabe. Rosa murió asfixiada en su propia casa en el incendio que originó una de las velas con las que iluminaba su vida sin luz cuando prendió fuego al colchón. Trató de huir, pero se cayó y no pudo.

 

La compañía eléctrica anda ahora enfangada con el Ayuntamiento. La máxima preocupación de la una y el otro es culpar al otro y a la una de la muerte de Rosa. Y viceversa. Pero a Rosa la asfixiamos entre todos. La eléctrica por cortarle la luz a una anciana sin siquiera advertir a los Servicios Sociales, que los hay aunque a veces no lo parezca; el Ayuntamiento por dejar en manos de una empresa este tipo de asuntos con un «a mí que me registren que no me avisó nadie» y, muy especialmente, por burocratizarlo todo hasta el punto de que una anciana pueda estar dos meses sin luz sin que nadie se entere (Reus tiene poco más de cien mil habitantes, cien mil). Y nosotros, sus vecinos, los de la escalera y los que compartimos con ella país o nación o como coño quieran llamarlo, por no plantarnos de una santísima vez. Porque mientras unos señores (y señoras, naturalmente) dedican su vida a fabricar problemas para justificar su propia existencia, a erigirse en padres de la patria, a tapar miserias y corrupciones en vez de a a atajarlas… las rosas se nos pudren. Y se nos mueren. O las matamos. Porque mirar para otro lado también es actuar.

 

Váyanse la mierda, damas y caballeros. Y póngase de una vez a solucionar problemas de verdad. O solo nos quedará esperar a que el último apague la luz. Y ahora ya pueden acusarme de demagoga. A Rosa, no, que está muerta. Se cayó y no pudo huir. O a lo mejor la empujamos entre todos.

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por María de Álvaro

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