Por María de Álvaro:
Conozco a un tipo convencido de que en el espacio exterior existe un agujero negro plagado de calcetines desparejados, de esos que vas perdiendo sin saber por qué cada vez que pones la lavadora. Porque tú juras y perjuras que sin un calcetín a casa no llegaste en tu vida, o por lo menos no todas las semanas.
Yo estoy bastante de acuerdo con este tipo y creo, además, que al lado del agujero negro de los calcetines desparejados está el de los llamados objetos-que-te-guarda-tu-madre-porque-los-dejaste-tiraos. La experiencia es cotidiana en la adolescencia y, yo, claro, la había olvidado. Hasta que me rompí la tibia. Ahora, de vuelta al hogar materno y con la movilidad reducida, pierdo el móvil, el mando de la tele, los libros y las zapatillas cada vez que me muevo de sitio.
Seré madre y, justo después de comer los esperadísimos huevos, comprenderé por qué cada cosa tiene su sitio y la única persona acreditada para decidir el lugar de esa ubicación es precisamente una madre.
Por lo demás, que quede claro, la mía es una santa.