Parecía que no iba a llegar nunca. Pero siempre lo parece cuando tienes muchas ganas de que algo suceda. Y siempre sucede. O sucede a veces por lo menos. Y esta vez ha sucedido. El partido terminó. Resultado: María 10-Muletas 0. O sea, vuelvo a tener dos piernas. Vuelvo a ser yo. Y no sé si ser yo es bueno o malo, pero es lo que hay, y, después de tantos años, me he acostumbrado. Así que ahora, justo antes de darme yo solita, aunque sea con la ayuda de un bastón, el paseo con el que llevo soñando tres meses, con sus casi 100 noches; antes de saludar a mi amiga la Lloca y decirle que he vuelto, llega el momento de dar las gracias. Y, aviso, esto es como los agradecimientos de los discos, los libros y las películas, sólo le interesan a los aludidos. Al resto, les parecerá un coñazo. Les parecerá incluso que estoy haciendo un uso fraudulento del blog en beneficio propio. Pues, mira, sí. Por eso aviso. Por si alguien no quiere seguir leyendo.
-Gracias a mi madre, por darme asilo político, por aguantarme y por cuidarme hasta el punto de hacerme el desayuno, que eso es algo que ya casi nadie hace por casi nadie.
-Gracias a mi padre, por darme asilo político, por aguantarme y por cuidarme también y tan bien, y por decirle todos los días al camarero a la hora del vermú eso de ‘dile a esa chica guapa de ahí que está invitada’.
-Gracias a mi hermano, que además de aguantarme y cuidarme y volver a soportar compartir el baño conmigo a pesar de que jamás cierro el tubo de la pasta de dientes, ha sido, como siempre, mi guardaespaldas favorito. De día y, sobre todo, de noche.
-Gracias a mi abuela, por haberse negado a pedirle a su Corazón de Jesús por mi rodilla. Porque, como ella dice, ‘al Corazón de Jesús no se le molesta por tonterías y eso tuyo se arregla solo’.
-Gracias a mis tías, siempre dispuestas a alegrarme la vida, y la tarde, y sacarme a tomar un vino.
-Gracias a mi prima, por lo mismo y por tantas y tantas noches al pie del cañón. Y de la silla de ruedas.
-Gracias a Aida, que además de todo lo anterior me ha iniciado en el proceloso mundo de la comida a domicilio y hasta ha hecho conmigo un curso acelerado de mexicano.
-Gracias a Rosa, mi paseante favorita, por subirme por las cuestas más empinadas de Gijón sin haber dicho ni una sola vez eso de ‘mira que pesas, guapina’. Y por sus correos mañaneros y por su alegría.
-Gracias a mis amigas las exiliadas, por sus llamadas y por sus mensajes, firmados y sin firmar.
-Gracias a las que están aquí, por soportarme y, sobre todo, por ser capaces de quedar en los lugares más insólitos con tal de que estuvieran cerca de casa de mis padres.
-Gracias al Señor Lobo, por tener un corazón tan grande. Y ya lo siento si suena hortera, pero es así.
-Gracias a mi ‘negro musical’, por ayudarme con el ‘Videoclís de la semana’. Por las canciones y, sobre todo, por las risas.
-Gracias a todos los recomendadores de libros, sobre todo al entusiasta Alejandro. Y a Paul Auster, y a Bret Easton Ellis, y a Philip Roth, y a Ángel González, y a Bousoño, y a Eduardo Mendoza… y a todos los que me han acompañado durante estos tres meses con sus palabras.
-Gracias a mis compañeros de trabajo, que si bien se habrán acordado de toda mi familia durante la convalecencia, jamás quisieron hacérmelo notar.
-Gracias a todos los que algún día y sin conocerme de nada me abrieron una puerta o se levantaron de su silla. No sé si me acostumbraré a tener que buscarme la vida de nuevo.
-Gracias a quienes me han dado ánimos desde este blog y también a quienes me han puesto verde, porque eso siempre viene bien, sobre todo cuando una se lo merece.
-Gracias al Sporting, por las alegrías y las penas, y por lo que he disfrutado en El Molinón.
-Gracias al traumatólogo, por tenerme tres meses de parada forzosa y hacerme descubrir tantas y tantas cosas.
-Y gracias a todos de los que me estoy olvidando, que tres meses viviendo a la pata coja le afectan al cerebro a cualquiera.
Nada más. Soy libre. O casi. Como todos.