La hipotética localización del Instituto de la Mujer en Gijón ha desatado un debate sobre la ubicación de las instituciones
La airada protesta del Ayuntamiento de Oviedo ante el intento de traslado de la sede del Instituto de la Mujer a Gijón, con la posterior rectificación por parte del Principado, ha propiciado la polémica sobre las sedes oficiales de los organismos dependientes del Gobierno regional. La provisional victoria del Ayuntamiento carbayón dio pie a que la alcaldesa de Gijón reclamara la reforma del Estatuto de Autonomía para restar rigidez a la ubicación de las dependencias oficiales, de modo que una simple decisión del Principado sea suficiente para localizar en una determinada ciudad un servicio de carácter regional.
A Paz Fernández Felgueroso la ha apoyado públicamente la Agrupación Socialista de Gijón y, lo que es más relevante, la alcaldesa de Avilés, que considera que un simple decreto del Principado es suficiente para establecer una dependencia oficial fuera de los límites del Ayuntamiento de Oviedo. En la rápida respuesta de Pilar Varela ha influido, sin duda, el desagradable recuerdo del episodio vivido con el Centro Internacional Óscar Niemeyer, que originó una movilización por parte de Gabino de Lorenzo, con petición de firmas por las calles de la capital, en cuanto supo que iba a servir como museo de los Premios Príncipe. Nunca en la etapa autonómica se había propiciado un choque tan frontal entre los intereses de dos urbes por parte de un alcalde.
La actual controversia sobre las sedes oficiales nace de la ausencia de conceptos por parte del Gobierno regional. Cuando no se tienen las cosas claras ni se parte de una política sobre bases sólidas queda todo reducido a guiños a ambos lados. Decisiones que son lógicas y normales se postergan, cuando no se rechazan, y para compensar se ofrecen fórmulas sustitutivas que pudieran satisfacer a las ciudades potencialmente desairadas. No creo que sea lógico multiplicar los despachos presidenciales, más allá de la utilidad que pudiera tener para llenar enormes edificios, que ni los planes directores nacidos de la imaginación fértil de los arquitectos han sabido llenar. En ninguna comunidad autónoma existen despachos con derecho a réplica. Como tampoco tiene Zapatero pluralidad de sedes. Esa duplicidad era característica del siglo XIX, cuando los mandatarios utilizaban palacio de invierno y de verano, propio de un tiempo con enorme dificultad para las comunicaciones. Ahí está el secreto: las comunicaciones. Veámoslo.
La actual configuración territorial de Asturias no tiene nada que ver con la que había tres décadas atrás, hasta que se inauguró la autopista “Y”. Antes, entre Oviedo y Gijón mediaba un viaje de duración indefinida por una carretera de una sola calzada llena de tráfico; ahora el área central es un territorio mallado, por tres ejes norte-sur (autopista Y, autovía de las industrias Oviedo-Gijón, y autovía minera), y dos ejes este-oeste (la autovía del Cantábrico y la autovía del interior). Ese haz de vías de comunicación y la aglomeración de residentes en la zona central hace que estemos hablando de un extenso territorio urbano, policéntrico, pero con identidad propia. Desde él se gobierna Asturias.
No quiere esto decir que la personalidad de los ayuntamientos quede anulada, y que dentro de la ciudad/región no sigan existiendo, con sus intereses, las urbes históricas, pero lo que los ciudadanos y las infraestructuras han unido no debe ser obstaculizado por el fielato caprichoso de un regidor. Todos tenemos que ver con todos. A la hora de planificar servicios públicos se piensa en términos de área central, así como cuando toca buscar financiación. Lo que hace falta es que en la esfera pública se asuman iniciativas que acompañen las decisiones que empresas y ciudadanos toman diariamente. Los mismos que consideran que el Instituto de la Mujer es ilegal sacarlo de Oviedo, también podrían protestar porque medio Gobierno resida fuera de la capital. No lo hacen, porque saben que los domicilios de los consejeros en distintas urbes del área central es lo mismo que hacen los ministros residiendo por los barrios de Madrid.
La reordenación del área central asturiana debería contemplar una ubicación de organismos, dependencias y servicios públicos guiada por las disponibilidades y la funcionalidad del territorio. Ningún gobierno asturiano se ha atrevido a dar un paso en esa dirección, y han preferido caer en el error de duplicar o triplicar equipamientos, cuando les fue posible, para satisfacer a todos. Puestos a duplicar, tuvimos un presidente, buen deportista, que para no herir sensibilidades, corría el último día de diciembre dos pruebas de San Silvestre, la de Gijón y la de Oviedo, prefiriendo afrontar riesgos para su salud que acarrear problemas para su gobierno.
La capitalidad de Oviedo no se discute ni la ubicación de la sede de las principales instituciones, pero al igual que el Consejo Consultivo está en Gijón, pueden localizarse también otras sedes institucionales, razonamiento válido para Avilés o Mieres. No se trata de descentralizar las instituciones, es que hay que adaptar las sedes a las coordenadas de un mismo espacio urbano.
El problema no está en el artículo 5 del Estatuto de Autonomía de Asturias, que fija la sede de las instituciones del Principado de Asturias en la ciudad de Oviedo, porque las mismas resistencias al traslado, con los mismos argumentos, se repiten para equipamientos universitarios o culturales que no están afectados por la letra del Estatuto. Puestos a adoptar criterios rígidos, también se podrían ubicar en determinados municipios los polígonos industriales o las grandes superficies, lo que sería un completo disparate.
Lo más paradójico del debate es que el Ayuntamiento de Oviedo se rasgue las vestiduras ante la posibilidad de que el Instituto de la Mujer se traslade a Gijón, por ser una afrenta al concepto de capitalidad, mientras simultáneamente se amaga con abandonar la Federación de Concejos, se renuncia a participar en la Feria de Muestras, al igual que hace unos años se abandonó Sogepsa ó se intentó construir una playa con lago. Que forma más insensata de tratar de poner puertas al mar.