El intento de ETA de atentar en la Comunidad Valenciana con una furgoneta cargada con cerca de cien kilos de dinamita no puede sorprender a nadie, tras el coche bomba hecho explotar junto a la casa cuartel de la Guardia Civil en Durango. Lo que se debe destacar de esta nueva tentativa es su fracaso, al tener que abandonar el objetivo previsto por la presión de la Policía. Una vez más, y ya van media docena desde que la banda dio por terminado el alto el fuego, los etarras fallan en su intento de implantar el terror. Les resulta mucho más difícil que antaño burlar la acción de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado.
ETA tardó ochenta días en poder perpetrar un atentado tras la rotura de la tregua, con la excepción de dos pequeños artefactos puestos en los Pirineos al paso de una etapa del Tour de Francia. Esta realidad positiva puede llamar a engaño a la opinión pública, al interpretar que la banda está ya totalmente derrotada. No es así, la banda todavía puede causar sufrimiento y necesita llevarlo a cabo, si no quiere perder la siniestra fama ganada tras casi cuarenta años de asesinatos. Anunciar que se termina el alto el fuego y no ser capaz de cometer atentados significa perder toda influencia sobre la vida pública. Así de crudas hay que decir las cosas. Hay que estar preparados para recibir malas noticias, ya que no siempre va a poder ser eficaz la labor preventiva de la Policía.
Ante el temor de nuevos atentados, hay gente que añora los tiempos del llamado “proceso de paz”. No es momento para dudas, porque esa estrategia nunca fue una alternativa, como lo prueba el hecho de que en medio del “proceso” ETA cometiera el atentado de la Terminal de Barajas con dos muertos. Es más, una negociación bajo la presión de las pistolas es inasumible, cuando se pretende hablar en una mesa sobre el diseño institucional del País Vasco. Los pistoleros tienen que dejar las pistolas, como premisa previa para cualquier cosa, y para eso están los jueces y los policías. No hay otra vía. El error que cometió Zapatero fue creer que había atajos. Desde que terminó la negociación con ETA, el político que habló con más claridad sobre esta situación fue Josu Jon Imaz, al negar la interlocución con ETA y la fantasmal consulta del Lendakari.