Con motivo del inminente debate parlamentario sobre la Ley de la Memoria Histórica, la Iglesia Católica anima a los partidos políticos a huir del revanchismo y apostar por la paz y la concordia. La Iglesia recuerda que los símbolos van asociados a sentimientos, así que la obligación oficial de suprimirlos puede dar paso a una época de discordia.
El planteamiento de la Iglesia coincide con la política asumida por todos los partidos y organizaciones sindicales tras la muerte de Franco. Esa política tuvo un nombre: reconciliación nacional, y no nació de las sabios consejos del cardenal Tarancón ni del entorno del Gobierno de entonces, sino del grupo político que lideraba la estrategia de la oposición: el Partido Comunista de España. El pacto por la libertad, animado por Santiago Carrillo, descansaba en una premisa: la reconciliación nacional, el olvido de las trincheras de los años treinta y de la opresión de la Dictadura, para construir entre todos el futuro sin mirar hacia el pasado. La guerra civil y la paz edificada sobre la victoria de las armas dejaron múltiples heridas, así que lo mejor era poner la revisión del pasado en manos de los historiadores y de las iniciativas de la sociedad civil, sin implicarse las instituciones políticas. La reconciliación nacional fue una iniciativa de izquierdas, a la que luego se adhirió la derecha. La reconciliación nacional tiene un precedente en los últimos discursos de Azaña, cuando quiso dejarla como legado para las siguientes generaciones de españoles.
Con la Ley de Memoria Histórica se reabre un capítulo que parecía definitivamente cerrado. No hay una causa de interés general que justifique esta ley. Es un intento de volver a los temas de la transición, treinta años más tarde, cuando las urgencias políticas ya son otras. La batalla sobre el pasado fue ganada por las generaciones de la transición y la mejor prueba de ello es la Constitución. En España hay una gran división política, que amenaza con trasladarse a la sociedad, como lo evidencian las grandes movilizaciones desarrolladas en la calle durante esta legislatura. En este clima, la aprobación de la Ley de Memoria Histórica no ayuda a sosegar los ánimos, aunque parezca muy progresista