La sentencia del juicio sobre el 11-M declara que Zougam y Otman El Ganoui fueron los autores de la matanza, mientras que Emilio Suárez Trashorras, el ex minero asturiano, es declarado culpable por homicidio, pertenencia a banda armada y cooperador necesario de la masacre. Su cuñado, Antonio Toro, y su ex mujer, Carmen Toro, quedan en libertad. Veintiuno de los acusados por la Fiscalía han sido declarados culpables, mientras que “El Egipcio”, presunto autor intelectual de los atentados, ha sido exculpado.
En la sentencia queda establecido que la matanza fue obra del fundamentalismo islamista y que ETA no tuvo nada que ver. Este fue el punto central del debate en los últimos tres años. Tanto durante la comisión de investigación parlamentaria, cuando Aznar dijo aquellas crípticas frases sobre que los autores intelectuales de la matanza no estaban en “remotas montañas o en lejanos desiertos”, como durante la vista oral del juicio, cuando la polémica giró sobre el tipo de dinamita utilizada en los trenes, la cuestión a dilucidar estaba en el posible nexo entre el terrorismo islamista y ETA. Una distinción con implicaciones políticas, porque en caso de verificarse la participación de ETA, dando apoyo logístico o dirigiendo a los comandos, se abriría paso la tesis de que los islamistas detenidos tras la matanza eran unos pobres desgraciados utilizados por oscuros poderes interesados en producir la alternancia política en España.
La sentencia, al negar la participación de ETA, echa por tierra la teoría de la conspiración. Una conclusión que va a ser muy utilizada en la batalla política que nos aguarda a cuatro meses de las elecciones generales. Más importante que los intereses políticos de la actual coyuntura es la verdad deducida del juicio: Madrid, como Nueva York y Londres, fue víctima de un atentado islamista, la principal amenaza que tienen las democracias liberales en el siglo XXI. España no es una excepción a la regla, no tiene sentido dividirse en un estéril debate sobre ETA, cuando somos un país frontera. Visto con perspectiva, resulta patético que los líderes políticos españoles discutan sobre el olor de la dinamita cuando hasta la Audiencia Nacional estuvo a punto de volar por los aires.