La visita de los Reyes de España a las ciudades autónomas de Ceuta y Melilla debe ser vista como una actividad tan normal como el viaje a Huesca o Almería. Es una parte más del territorio nacional desde hace cientos de años y en ningún momento hubo dudas sobre ello. No cabe actuar con complejos ante la reacción de Marruecos, una nación que apenas tiene cincuenta años de existencia, como tal. Mohamed VI está en su derecho de retirar el embajador de Madrid, pero no hay que pedirle disculpas ni hacer gestos compensatorios, porque siempre serían entendidos como una muestra de debilidad.
En una sociedad moderna, en un país democrático, no puede dejarse de lado el sistema político de un territorio cuando se discute sobre su soberanía. Las ciudades de Ceuta y Melilla gozan del mismo sistema de libertades que Asturias, Cataluña, Madrid o Galicia. Cualquier veleidad de Marruecos sobre ellas implicaría cambiar radicalmente el modo de vida de sus ciudadanos. Por eso los ceutíes y melillenses están eufóricos ante la visita de los Reyes, sabedores de que es la mejor garantía de sus libertades y derechos.
La visita es sumamente oportuna, porque en el norte de África todos los países mueven sus piezas menos nosotros. Ahí están los recientes acuerdos de Sarkozy con Marruecos para poner en funcionamiento centrales nucleares, dentro de un programa que incluye a Argelia, Libia y Túnez. No sólo los franceses, también los chinos tejen acuerdos comerciales para explotar materias primas, por no hablar de la privilegiada relación de los americanos con Marruecos. España no puede actuar con complejos, inhibiéndose de señalar la españolidad de las dos ciudades autónomas. La frontera sur de nuestro país es una zona caliente por dos razones. Supone el paso de una región pobre y subdesarrollada a la Europa rica. En ninguna otra frontera del mundo, ni la marcada por Río Grande, hay una diferencia económica tan grande, lo que se traduce en el constante intento de cruzar la raya por cualquier método. A esta diferencia económica se suma la dualidad entre el Islam, presente en todo el Norte de África, y la Europa aconfesional pero de raíces cristianas. Además de las frases de Moratinos, hay que tener una política para esa frontera.