La visita de los Reyes a las ciudades autónomas de Ceuta y Melilla tiene una dimensión política que se sustancia en la dura reacción de Marruecos, retirando a su embajador de Madrid, organizando protestas, y anunciando que no acudirá a más reuniones bilaterales con el Gobierno de España, y se completa con las palabras piadosas de Moratinos señalando que el buen nivel de la relación entre las dos naciones permitirá superar las discrepancias surgidas.
Pero la visita tiene otra perspectiva, nada conflictiva, al ver la reacción del público ante la llegada de los Reyes: nunca hubo tanto gentío en las calles de Ceuta gritando el nombre de España. La bandera nacional era agitada por mujeres con el velo islámico, por subsaharianos que esperan entrar en Europa, y por los ceutíes que llevaban décadas esperando celebrar el encuentro con los Reyes de España. Es importante saber lo que piensan nuestros vecinos sobre Ceuta y Melilla, pero es mucho trascendente para nosotros lo que sienten las personas que viven en esas dos ciudades autónomas. Para un ceutí, la soberanía española sobre su tierra no es un acto de imposición ni el resultado azaroso del proceso histórico vivido en los últimos siglos, sino la garantía de una vida libre y pacífica con las necesidades vitales cubiertas. Cambiar de bandera es pasar a un sistema sin libertades y con un modo de vida infrahumano. El entusiasmo con que recibieron a los Reyes en Ceuta acaba con cualquier debate sobre legitimidades territoriales, porque la voluntad de los ciudadanos es inalienable y no puede ser obviada por hipotéticos acuerdos internacionales.
Estas cosas las tienen mucho más claras en Francia, Inglaterra o Alemania, pero como aquí la bandera nacional origina discursos con circunloquios, y en algunas comunidades autónomas hay que hablar de “Estado” sin poder nombrar a España, y como la lengua castellana, el único vehículo de comunicación que tenemos, tiene que ser relegada para no molestar a las oligarquías de la periferia, pues resulta que a algunos el viaje de los Reyes de España a Ceuta y Melilla les parece un gesto arriesgado, que debería evitarse como si esas dos ciudades perteneciesen a un territorio neutralizado en manos de los cascos azules de la ONU.