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Juan Neira

LARGO DE CAFE

SOBRE EX PRESIDENTES

Los compromisos de Aznar en América le retiran del debate público sobre la sentencia del 11-M. El ex presidente había vuelto a reiterar su conocida tesis de la conspiración para explicar la matanza, cuya finalidad habría sido provocar el desalojo del PP del poder. Cuando el equipo de Mariano Rajoy pretendía alejarse discretamente de la polémica sobre la sentencia del juicio, llegó Aznar para repetir su críptica frase: “Los que idearon el 11-M no están ni en desiertos remotos ni en lejanas montañas”. En las próximas semanas, las actividades de Aznar en el extranjero servirán para olvidar la guerra de Irak, los autores intelectuales de la matanza y otros latiguillos del debate político retrospectivo que ha prosperado en los últimos días.
A Aznar le ocurre con Rajoy lo mismo que a González con Zapatero. Las discrepancias entre los antiguos y los actuales líderes de los dos grandes partidos son muy visibles. La diferencia está en que González está retirado de la política y Aznar dice que se dedica a otras cosas pero no ha dejado de hacer política. Quizás sea una cuestión de tiempo: González lleva once años de ex presidente, mientras que Aznar sólo hace tres años que abandonó el palacio de la Moncloa. A González no le gustó el desmadre de las reformas estatutarias ni le convenció la ampliación del matrimonio a las parejas del mismo sexo ni le convenció la forma de gestionar el proceso de paz, y enjuició de forma negativa las concesiones a los grupos de oposición para aprobar los Presupuestos Generales del Estado del 2008. Todos estos juicios los hizo envuelto en un estilo barroco, muy del gusto andaluz, para amortiguar con el lenguaje la contundencia de su rechazo. El caso de Aznar es distinto, porque todos sus mensajes están destinados a mantener intacta la herencia de su mandato, a practicar el inmovilismo.
Detrás de los problemas que crea Aznar a Rajoy y de las advertencias de González a Zapatero, late un problema de fondo: lo difícil que resulta alejarse de la vida pública. Para luchar contra la melancolía hay una receta: volver a la misma actividad que se hacía antes de ocupar el poder. Por eso, De Silva, Rodríguez-Vigil, Trevín y Marqués no incurrieron en la extravagancia de convertir su gestión en un legado.

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por JUAN NEIRA

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