La XVII Cumbre Iberoamericana, celebrada en Santiago de Chile, tuvo un final agitado, con la intervención extemporánea del presidente venezolano, Hugo Chávez, interrumpiendo el discurso de Zapatero para llamar “fascista” a Aznar. La intervención del Rey de España reconviniendo a Chávez, demuestra hasta qué punto se había llegado a una situación disparatada.
El problema no son las actitudes histriónicas de Chávez, un personaje incómodo en la escena internacional por el uso que hace del petróleo, tejiendo alianzas antidemocráticas que incluyen al régimen iraní. Chávez es el principal exponente de un problema muy grave: el regreso del caudillismo a Iberoamérica. Basta ver lo que pasó en el acto de clausura de la cumbre tras la intervención del presidente venezolano. Daniel Ortega, el presidente nicaragüense, mítico líder de la revolución sandinista que acabó en el año 1979 con el poder de la familia Somoza, tomó la palabra para lanzar un duro ataque a las empresas españolas, llegando a decir que Unión Fenosa “es una estructura mafiosa, con tácticas gansteriles”. No quedando contento con esa diatriba, Ortega acusó al embajador del Gobierno de Zapatero de trabajar por la unión de las fuerzas de la derecha nicaragüense para ganar las elecciones. Un discurso demencial, basado en buscar ecos populares entre una población pobre e ignorante, que no conoce los beneficios de la libertad de prensa para poder formarse una opinión sobre el poder. Chávez, Ortega, Correa, Evo Morales, Fidel Castro. El eterno drama de Iberoamérica, acosada entre las dictaduras militares de derecha y los caudillos autoritarios de izquierda.
La XVII Cumbre Iberoamericana tenía como tema central la cohesión social, una asignatura en la que suspenden la mayoría de los países, pese a que en los últimos años el crecimiento económico de sus estados es el doble que el de la Unión Europea. No será con el acoso a las empresas extranjeras, con la confiscación de sus bienes y con medidas populistas como se extienda el bienestar social. Sólo con la suma de democracia y mercado podrán avanzar por la senda del progreso. ¿Hay esperanza?. Sí, ahí están Brasil y Chile, como ejemplos de que la gente se merece otros gobiernos.