Rajoy ha acudido a Barcelona para introducir un asunto de gran calado en el debate electoral: el contrato de integración. Es la segunda vez en los últimos días que el líder del PP realiza un anuncio de impacto electoral desde la capital de la comunidad autónoma en que los sondeos le sitúan más lejos del PSOE. En Cataluña hay un 22% de inmigrantes, y Rajoy oferta un contrato de obligada adhesión para los inmigrantes que quieran residir en nuestro país. En las cláusulas del citado contrato se recogería la obligación de aprender el castellano y de respetar las costumbres del país. En caso de quedarse los inmigrantes firmantes sin trabajo, el contrato contemplaría la obligación de regresar a su país de origen. El Gobierno no ha tardado en responder a la propuesta, tildándola Rubalcaba de “xenófoba”, mientras que Zapatero optaba por decir que era “superflua”. No es lo mismo decir que una medida sea xenófoba que superflua, porque en un caso supondría un daño para la convivencia, mientras que en el otro se trataría de una norma que no añade nada al actual ordenamiento jurídico. Seguro que en los próximos días reunifica el Gobierno sus mensajes.
El contrato programa del PP es un calco del propuesto por Sarkozy en Francia, que le ha ayudado a ganar las elecciones. Entre grandes capas de la población hay una gran prevención hacia los inmigrantes, a los que relacionan con sucesos de inseguridad ciudadana o de violencia doméstica. El problema no está en la condición de inmigrantes, sino en las prácticas antisociales que abundan en cualquier colectivo que tenga que vivir con pocos recursos económicos y en situación de desarraigo. La cuestión del contrato de integración puede aportar tranquilidad a la población, pero por firmar un papel no cambian las cosas. Hacer que se cumpla la ley y mantener programas sociales adecuados es mucho más eficaz.
No obstante, si se saca el problema de la clave electoral, y se analiza conceptualmente, hay dos enfoques sobre la inmigración que se deben debatir: la interculturalidad o el mestizaje. La interculturalidad es muy defendible, como alternativa teórica, pero fracasa en la práctica. El mestizaje, la integración de los inmigrantes en una cultura dominante, es mucho más realista.