En cada legislatura aumenta el peso de los dos grandes partidos, PSOE y PP, que en el pasado mandato ya tenían 312 de los 350 escaños del Congreso de los Diputados. El aumento del bipartidismo daña a los grupos minoritarios, pero especialmente a los que pretendan tener una implantación nacional y confrontar con los discursos del PSOE y del PP. Es el caso de IU. El argumento del voto útil no erosiona las expectativas del PNV ó CiU, porque estos grupos van al Parlamento en representación de intereses territoriales concretos que no compiten más que indirectamente con los dos grupos mayoritarios. Cosa distinta es lo que ocurre en las elecciones autonómicas, donde todos se ciñen a la problemática de un territorio determinado. Con todo ello quiero decir que si IU sufre en las elecciones autonómicas y municipales la hipoteca de sus disputas internas y la ausencia de una renovación radical, en las elecciones generales tiene que luchar contra un problema más arduo: la inutilidad de su voto.
Cuánto más enconada es la lucha entre el PSOE y el PP y más incierto es el resultado de los comicios, más difícil se hace para IU abrirse un hueco entre el electorado. Sólo a partir de esta premisa se entiende la certeza que tienen los dirigentes de IU de que el PSOE va a ganar las elecciones generales. Saben el resultado y tienen necesidad de comunicárselo a la sociedad. Si la gente que vota izquierda creyera probable la victoria de Rajoy, tendería a votar a Zapatero. Por muy de izquierdas que sea un determinado sector del electorado, puestos a escoger siempre funcionaría la teoría del mal menor.
La victoria de Zapatero aporta también ventajas estratégicas a IU: es un aliado potencial, un presidente con el que se pueden llegar a acuerdos. Según Llamazares, Zapatero tendrá que gobernar con IU o con la derecha nacionalista. Esta argumentación podría ser plausible siempre que IU sacara un número de escaños susceptible de dar una mayoría parlamentaria al candidato socialista, pero aún dando por bueno que IU obtenga un número de escaños suficiente, hay una objeción importante al planteamiento de Llamazares.
En los últimos años, IU no es un partido que tenga dificultades para aliarse con la derecha nacionalista, como lo demuestra al participar en el Gobierno de Ibarretxe. Zapatero no tendría que optar entre nacionalistas de derechas o una fuerza de izquierda como IU, porque los dirigentes de IU aceptan gobernar con nacionalistas de derechas. Es más, algunos planteamientos excluyentes y antidemocráticos del Gobierno vasco han sido mejor digeridos por IU, socio minoritario del Ejecutivo, que algunas decisiones administrativas de Areces por los consejeros de IU en la legislatura pasada.
En Asturias, IU presenta una gran candidata, Laura González, a la que ya ha recurrido más veces, como cuando encabezó brillantemente la candidatura autonómica en el año 1991, sacando seis diputados. Laura es el rostro más unitario y menos sectario de IU. A Laura la avala su buen hacer en la Consejería de Vivienda y Bienestar Social, porque es una persona que cree en la extensión de los derechos sociales y en la necesidad de dar vivienda a los desfavorecidos.
En su contra, Laura tiene una contienda electoral marcada por el enfrentamiento entre Zapatero y Rajoy. Y la política actual de su organización en Asturias dispuesta a hacer oposición hasta con el pacto social del Principado con los sindicatos y la patronal. El discurso de pedir el voto para una mayoría de izquierdas choca con la realidad cotidiana de la política regional. Aunque a lo mejor la clave de todas estas contradicciones se encuentra en que Ibarretxe está a la izquierda de Areces.