El debate entre Zapatero y Rajoy, pese al formato escogido, con turnos rígidos de intervención, ha sido vibrante y lleno de emoción. Valió más lo que se pudo ver esta noche que en cien campañas electorales de mítines y declaraciones cruzadas. En el debate quedó clara la preparación de los dos contendientes en las materias escogidas para la discusión, también se pudo ver la táctica de cada uno, la forma de decir las cosas y la imagen que querían proyectar. Aunque se había especulado mucho con la artificialidad del debate, con intervenciones programadas, se acabó imponiendo la realidad de los exámenes orales en los que queda todo a la vista. Las fruslerías sobre el color de las corbatas y el tipo de traje que iban a portar quedaron olvidadas tras el primer turno de intervención.
La economía y el empleo constituían el primer bloque temático, dando pie a un tipo de controversia como la que sostuvieron Solbes y Pizarro. Rajoy se agarró a las subidas del precio de la leche, del pan o de las hortalizas, mientras señalaba los datos del paro del último mes. Pero el extraordinario comportamiento de la economía en los últimos cuatro años no se puede desfigurar con datos de última hora ó por el método de repetir los precios de la cesta de la compra. Además, Rajoy, que en todo el debate utilizó suavemente el registro populista, cometió el imperdonable error de decir dos veces que “no dé cifras macroeconómicas que nadie las entiende”. Un político que aspira a presidir el Gobierno no puede decir eso, como tampoco podría decir algo así ante un cuadro de Pollak o de una sinfonía de Bruckner. A Zapatero le bastó con exponer las grandes cifras, acompañando su intervención de golpes de efecto concretos, como el recuerdo del “decretazo” en el año 2002 ante la primera desaceleración económica durante el Gobierno de Aznar.
A partir de ahí, Rajoy llevó la iniciativa del debate, primero utilizando un truco que descolocó a Zapatero al reducir las políticas sociales a un debate sobre la inmigración. En un momento dado, Rajoy llamó mentiroso a Zapatero y el candidato socialista no supo replicarle con cifras concretas. Sólo al final del tiempo dedicado a políticas sociales pudo Zapatero remontar, enseñando ante las cámaras un ejemplo del “bono-bus” que utilizaba el Gobierno de Aznar como elemento de regulación de inmigrantes.
Las bazas fuertes para Rajoy llegaron con los apartados de la Seguridad y con el de las reformas institucionales. Rajoy repitió las argumentaciones utilizadas en los debates sobre el estado de la nación sobre ETA y el “Estatut”. Ahí llegó a estar brillante en su doble intento de criticar al Gobierno y restarle credibilidad a Zapatero. “¿A qué Zapatero debía apoyar, al que dice que Otegi es un hombre de paz o al que manda a la cárcel a Otegi?” Con el debate inflamado sale ganando Rajoy que habla más deprisa y es mejor parlamentario.
Al final, fruto de hora y media de tensión, llegó la parte más bronca del debate, al enzarzarse sobre los trasvases de ríos, (pese a ser repetidamente interpelado por Zapatero, Rajoy no dijo qué haría con las aguas del Ebro), y estallar la tensión sobre un tema menor: las referencias negativas de Rajoy sobre los artistas que apoyan a Zapatero. Metidos en acusaciones, Rajoy dijo que Zapatero había agredido a las víctimas del terrorismo y los turnos de palabra se hicieron confusos.
¿Quién ganó el debate? Cualquier opinión es subjetiva, porque caben todo tipo de valoraciones. No obstante, yo me decanto porque el debate le salió mejor a Rajoy, aunque pensando en el elector indeciso, tal vez le sobrara algo de agresividad. Y matiz sobre matiz: en la última intervención de tres minutos, Zapatero habló más en clave de presidente.