En el Comité Ejecutivo Nacional del PP se produjo un intenso debate sobre la situación interna del partido. El ex ministro de Ciencia y Tecnología, Juan Costa, afirmó que entre las bases del partido se vive una crisis de ilusión y que el PP precisa de un nuevo liderazgo integrador, sin llegar a explicitar si va a dar el paso para presentar su candidatura. Mariano Rajoy, por su parte, volvió a repetir que no había cambiado de principios y expresó en su público su convicción de contar con el apoyo de la mayoría de la organización, así como de no tener enemigos dentro de ella.

Plantear el debate sobre la solidez del liderazgo es lo mismo que cuestionar la idoneidad de Mariano Rajoy para ser reelegido como presidente. Ese fue el primer golpe que recibió Rajoy, desde trincheras mediáticas, al día siguiente de las elecciones: la deslegitimación de su liderazgo tras perder las elecciones generales en dos ocasiones. Sobre este asunto son razonables ambas posturas, la de aquellos que aún consideran válido a Rajoy y los que creen que ya se le pasó su oportunidad. Hay razones para las dos valoraciones y en último término es una cuestión muy subjetiva, en la que intervienen los gustos, el grado de empatía con el personaje, etcétera. Mantener a un político en la cúspide de un partido o sustituirlo por otro es una disyuntiva importante, pero no es una opción dramática: el error se puede corregir.

Distinta consideración merecen las desavenencias que salieron a relucir, el mes pasado, entre Rajoy y los críticos: el giro al centro y la relación con los nacionalismos. En ambos está en juego el corazón de la estrategia del PP y parte de su identidad como partido ante el electorado. Una cosa es discutir sobre el atractivo de dos dirigentes, su forma de comunicar, o las expectativas que levanten para ganar a Zapatero en las urnas, y otra muy distinta escoger entre un líder que representa al centro-derecha y otro que se identifica con la derecha-derecha, entre uno que busca puntos de contacto con los nacionalismos moderados y otro que los rechaza. Costa eludió ese debate y prefirió hablar de “crisis de ilusión”. Tal vez sea porque tenga un problema personal para ir al fondo del debate: haber sido el coordinador del programa electoral.