Faltan cuatro días para que se cumpla un lustro desde la matanza del 11-M, el hecho más trágico de nuestra etapa democrática. El transcurso del tiempo se ha encargado de aportar una cierta perspectiva sobre aquel suceso. La mayor diferencia entre el macroatentado de Atocha y los grandes ataques terroristas que han ocurrido en el mundo en las últimas décadas reside en la división política producida entre los partidos democráticos. A diferencia de lo que ocurre con las actuaciones criminales de ETA en el País Vasco, en el caso del 11-M no hubo nadie que justificara la matanza, pero estando todos los partidos en contra de la misma se produjo un fuego cruzado de acusaciones realmente deplorable.
En el juicio quedó demostrada la autoría de la matanza que tenía su origen en lejanas montañas y desiertos remotos, aunque no se llegó a aclarar quién era el autor intelectual del atentado. Mohamed ‘El Egipcio’, que estaba acusado de introducir el movimiento yihadista en Madrid y para el que se pedían casi 39.000 años de cárcel, quedó condenado por el único delito de pertenencia a banda armada. Los siete suicidas de Leganés, junto a una octava persona cuya personalidad no quedó aclarada, y Jamal Zougam fueron los autores de poner las 13 bombas en los trenes.
La vida no quedó detenida por el atentado, pese a la gran dimensión del mismo, excepto para los 191 muertos, los más de 1.700 heridos, y los familiares de todos ellos. Zapatero, Rajoy, Ruiz-Gallardón, Rubalcaba o José Blanco tuvieron un destacado protagonismo en aquellas luctuosas fechas, pero su imagen no ha quedado fijada a la controversia sobre el atentado, porque la agenda política se ha encargado de renovar los argumentos con todos los acontecimientos ocurridos en los últimos cinco años. Sólo un político español tiene su imagen asociada al 11-M: José María Aznar. A los tres días del atentado se celebraron las elecciones generales, y su salida de la vida política quedó para siempre asociada a aquellas dramáticas jornadas. La gran relación de Aznar con Bush y el tronco común entre el 11-S y el 11-M ayudaron a reforzar las asociaciones. Desde entonces, la figura de Aznar despierta una profunda división de opiniones, así que tendrán que pasar otros cinco años para tener una visión más ecuánime de su labor como gobernante.