Ante los flamantes eurodiputados socialistas, Zapatero rechazó la pretensión del PP de obligarle a presentar la cuestión de confianza, recordando que hace un año cosechó once millones de votos para gobernar. El presidente señaló que los socialistas obtuvieron un resultado muy digno, y evitó referirse a las críticas que surgieron en sus filas sobre la campaña electoral dirigida por Leire Pajín.
Sesenta horas después de cerrarse las urnas el presidente realizó la primera valoración sobre los comicios. Zapatero se volcó en la campaña electoral -al igual que Rajoy-, hasta el punto de tener un protagonismo mayor que el de López Aguilar, cabeza de lista del PSOE. En la víspera de la jornada de reflexión, el presidente dijo que se sentía responsable del resultado que obtuviese su partido.
Sin embargo, la noche de las elecciones, Zapatero evitó comparecer ante la opinión pública dejando que fuesen otros dirigentes (Leire Pajín, De la Vega, Rubalcaba, López Aguilar) los que dieran la cara para decir que el PP había ganado. Un líder tiene que ser solidario con sus compañeros de partido. Una cosa es que ministros y dirigentes socialistas asuman actuaciones que tienen un coste político para preservar el prestigio y la imagen del jefe, y otra muy distinta, desaparecer en la noche electoral para que su rostro no vaya asociado al mensaje de la derrota.
Las campañas electorales constituyen la única actividad militante que realizan las organizaciones políticas, quedando todos sus miembros implicados, desde los que reparten propaganda hasta los que hablan en los mítines, pasando por los que trabajan como interventores en las mesas electorales y los que viajan en autobús para asistir a los actos de campaña. Es de un pésimo gusto borrarse del guión colectivo cuando toca digerir la derrota. Felipe González, en las elecciones generales de marzo de 1996, compareció en solitario y con sonrisa forzada felicitó al PP por su victoria. En marzo del año 2004, Aznar, que no había sido candidato, acompañó a Mariano Rajoy en el momento de reconocer ante los medios que habían ganado los socialistas las elecciones.
De puertas para fuera, el jefe que no da la cara por su gente merece ser recompensado con la misma moneda. El líder que no es solidario en la derrota, suele reservarse para él todo el capital de la victorias.